viernes, mayo 30, 2008

Mika y Milva

Los baños de mujeres de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA (sede Parque Centenario) son el escenario de múltiples peleas femeninas, anónimas, verbales y escritas. Y es que cada puerta de cada cubículo tiene del lado interno una cantidad incalculable de discusiones mamarracheadas con lo que haya a mano (marcadores, fibrones, lapiceras, lápiz de mina, etc.). Desde escrachos a docentes homosexuales hasta pedidos de consejos para poder distinguir cuando una está sintiendo un orgasmo. Pasando por discusiones (más bien puteadas) políticas y confesiones secretas y a los gritos de algún amor a distancia.

Cada puerta es como un libro nuevo. Algunas son bien conocidas. Otras pasan desapercibidas. Pero todas son material de lectura en esos breves minutos que pasamos encerradas en los cubículos.

Hace años vi por primera vez este "anuncio". Ya no recuerdo cuánto tiempo pasó ni en dónde fue (aunque sospecho que fue en mi secundaria). Y luego comencé a verlo por todas partes.


El texto, por las dudas lo aclaro, dice:

"Chicas:
Somos Mika y Milva, 2 pendejas superpuerkitas.
4924-2222.
(Te kitamos la milky!!)
=) Placer"

Siempre me llamó mucho la atención este anuncio. Sobre todo porque está en todos los cubículos femininos de la facultad. Y sé que no sólo en la de Sociales: en muchas otras facultades de la UBA lo han visto. E incluso en bares y boliches. Siempre el mismo mensaje. Siempre Mika y Milva. Y siempre el mismo número de teléfono.

Vamos a los detalles:

Admitamos que como estrategia de marketing, es muy buena. No sé cuántas chicas habrán llamado al dichoso número para contratar los servicios de las superpuerkitas. Lo que sí sé es que todas las chicas de Sociales sabemos que ellas existen, o que al menos eso quieren hacernos creer. Sea como sea, la letra es claramente femenina. Y ningún tipo se podría meter en los baños de mujeres a escribir esto puerta por puerta sin ser descubierto.

Lo que a mí me carbura en la cabeza es otra cosa. Este anuncio abre una posibilidad femenina que Mika y Milva han sabido aprovechar muy bien: la del anonimato de la lectora. Todas las estudiantes de la facultad lo hemos leído. Todas sabemos de ellas. Y cualquiera de nosotras puede ser una clienta. Si a una estudiante X le agarra una curiosidad insostenible, o si un deseo lésbico y vergonzoso la atormenta, tiene un número de teléfono (¡fijo!) en las puertas de los baños al cual recurrir de forma completamente anónima, y saciar su curiosidad y su deseo.

En uno de los cubículos, alguna chica sacó una birome y una flecha del anuncio y escribió "Deben ser dos camiones". Yo no sé si será para tanto. Quizás son dos pibas comunes. Quizás no existen, o no son siempre las mismas. Pero el imaginario está instalado. El lenguaje tan explícitamente lésbico choca contra los ojos femeninos, sus únicos destinatarios legítimos. Yo creo que Mika y Milva le escupieron la realidad en la cara a muchas estudiantes de Sociales: sí, somos lesbianas y nos gusta. Somos mujeres, y nos encantan las mujeres. Comerles los pechos y el cuello, hacerles acabar enchastrando las sábanas y los baños de la facultad, pasarnos horas explorando sus ombligos y sus homóplatos. ¿Y sabés qué? Podemos ser cualquiera de las chicas que se sientan al lado tuyo en un Teórico de Comunicación II o TPC. Somos más de las que creés.

Admito que nunca he llamado, aunque sí me dio curiosidad. Pero la verdad, no tanta como para llamar. Lo cierto es que, sean dos camiones o no, estas chicas laburan de esto. Hay que pagarles. Y por ahora, no me interesa pagar por sexo, y creo que menos aún por sexo lésbico.

Ya me lo conseguiré gratis.

viernes, mayo 23, 2008

El flujo y las barreras

Creo que a esta altura del partido, todos ya sabemos más o menos cómo funciona la cosa.

A medida que el tiempo va pasando, y las cicatrices nos van surcando el cuepo y el corazón, los mecanismos de defensa se van mejorando. Ya no andamos con el cuore en la mano, dispuestas a regalarlo entero a quien sepa cómo agarrarlo. Nuestros glóbulos blancos ya están entrenados , y reaccionan ante la primer amenaza. Hunden nuestro corazón en lo más profundo del pecho, y lo maquillan de distante, de indiferente, de vidrio.

No queremos ilusionarnos.
No queremos maquinarnos.
No queremos sufrir más.

Y entonces lo escondemos en los bolsillos profundos de nuestro tapado viejo con olor a naftalina. Lo confiscamos detrás de retratos de amores pretéritos, en cajas fuertes de adamantio.

Por fuera todo se ve igual.
Porque atamos nuestra boca con silencio riguroso. Existen las Malas Palabras que no deben decirse. Cuidamos bien que no se escapen. Ni siquiera durante el abrazo desnudo donde todas las amarras se nos sueltan sin temor, ni siquiera entonces dejamos que la lengua desate su nudo silencioso.

¿Sufrir, dije?
Sé que evitarnos, encerrarnos, enmudecernos no garantizan la inmunidad del sufrimiento.
Sé muy bien que de eso no hay refugio.
Podremos correr, pero nunca escondernos.
Pero ese no es motivo para no correr.

Y es que a veces es tan difícil.
Hay muchas formas de hacer las cosas. Hay tensiones entre el flujo y las barreras.

Las barreras son nuestras precauciones. Nuestros resguardos y silencios. Nuestros "no" elegidos. No decir, no entregar, no proyectar, no imaginar. Todo eso, traducido en el lenguaje de los actos, se unifica en una sola figura: no presionar.

Es sano.
No queremos forzar las cosas. No queremos freakear ni freakearnos. Queremos buscar la salud. Queremos que "fluya". Que las cosas se den "naturalmente". Autoconvocadas. Como los cacerolazos de teflón y Essen de Coronel Díaz y Santa Fe, donde las señoras mandaron a sus hijas a buscar marido.

Es cierto que hay una devoción hegemónica por lo "natural", lo "autoconvocado", lo "espontáneo". Yo reconozco su magia, cuando es verdaderamente así. Pero me pregunto hasta dónde, luego de tantas cicatrices, realmente podemos abandonarnos al fluir "natural" de las cosas y los deseos.

Con tantas cicatrices y barreras a cuestas, es difícil dejarse arrastrar por corrientes desconocidas. Yo no creo que sean naturales, sino culturales. Tampoco sé cuánto puedo soportarlas. La tensión entre el flujo y las barreras a veces me pone histérica. Me dan ganas no de hundir mi corazón, sino de arrancármelo y tirarlo al fuego de la Montaña de Mordor, para que arda de una buena vez, y se consuma, y ya no me atormente. Me dan ganas de desnudarme en hoteles y subastar el corazón, entregando mi sexo a cualquiera que lo busque, total, cuál es la diferencia, si ya no tengo corazón. Olvidarme, sumergirme en el no sentir, el no querer, el no extrañar. Dejar de ser una mujer, y ser sólo un cuerpo de mujer. Que tanto más fácil es.

Un exceso de barreras nos consume.
Carecer de ellas nos suicida.

El secreto de la salud está en equilibrarlas. Pacientemente, atentamente, y si la situación lo amerita, ir bajándolas de a poco.

Y hoy por hoy, la verdad...

...lo que más me importa es no volverme loca.