miércoles, agosto 12, 2015

Mini revival

Woops. Republiqué todos los borradores y quedaron con la fecha de hoy, en vez de con la original.

¯\_(ツ)_/¯

¿Sigue alguien por acá?

Rodeada

Y si no escribo durante mucho tiempo me pregunto, se rompe la narrativa? ¿Me importa?

Es difícil mantener un blog sobre sexo cuando venís cogiendo poco. 

Gonzalo tiene sabor a poco. No hay fidelidad pactada, más bien al contrario. Cuando empezamos a salir él tenía novia y amante. Siempre me pareció ridículo pretender su fidelidad.

Sin contar la mía, no? Gonza no me inspira fidelidad. No me satisface por completo. Y no hablo de sexo. No solamente, al menos.

Tengo muchas necesidades emocionales que él solo no satisface. Salir. Charlar. Cenar. Estimularme intelectualmente. Producirme curiosidad. 

Enseñarme.

Gonza será un amor, pero es un amor joven, primerizo. Light. Un amor que acompaña, cotidiano, abrazable. Es un lindo amor. Pero no es suficiente.

De modo que sigo saliendo con señores, a otros lados, a no coger. Porque, como escribí, vengo cogiendo poco.

La estrategia "no avanzar", les diré, es revolucionaria. No sólo fue la que permitió mi relación con Gonzalo, el punta pie inicial, la piedra fundacional que construyó mi yo no-puta. Es también el paraíso del poder femenino, la amable manipulación masculina. Una sonrisa bien puesta y es lo mismo que agarrarlos de la pija y llevarlos a donde quieras.

He dejado de avanzar a los hombres para dedicarme a la good old coquetería.

Coqueta ando, entonces, rodeada de machos. He tenido varias citas, por así decirlo, que no acercaron las pieles pero me hicieron reir. Me gustan mucho los hombres. Me gusta verlos, escucharlos, compartir momentos, no sólo tocarlos. Me gustan.

Me gusta rodearme de hombres.

De modo que salgo a tomar una birra, a compartir un porro o a pasear del brazo de otros señores. Hay uno en particular que me gusta mucho. 

Es un señor grande, de la edad de León. Solterón, dos ambientes, dos gatitos incluidos. 

Un cuento de Navidad

Hoy imaginé una historia inspirada en Un cuento de Navidad de Charles Dickens en la que los fantasmas, en lugar de venir de la Navidad del pasado, del presente y del futuro, venían de los amantes. Los amantes del pasado, del presente y del futuro. Era una buena historia. Me daba la excusa para volver a escribir sobre Jack, sobre M., sobre tantos que ya he escrito y quizás alguno que todavía no.

El fantasma de los amantes del pasado era corpóreo pero intocable. Cambiaba de rostro y de cuerpo mientras me hablaba sin parar, repitiendo frases que olvidé y que recuerdo, y algunas que imaginé y creo haber oído. Algunos amantes duraban más, y hablaban menos - el legendario no dijo nada, sólo me miró a los ojos un buen tiempo.

Los fantasmas de los amantes del pasados, por supuesto, eran dos. Uno alto y mayor, fuerte y poderoso que me lastima y me libera o me liberaba. Otro hoy ausente, lejos, lo más lejos que puede estar de mí dentro del planeta Tierra, en quien pienso, a quien extraño y empecé a querer.

Pero después pensé, cómo escribir los fantasmas del futuro? ¿Cómo, si ni siquiera tengo resueltos los de presente?

León me llena de dudas. Algo en mí se está alejando de la sumisa. No sé qué es. Pero no tengo ganas.



Recordé que el cuento de Dickens tiene una poderosa moraleja como sostén.
¿Es acaso el sexo la única forma que conozco hoy por hoy para relacionarme con los hombres? Últimamente esta pregunta golpea a mi puerta con demasiada frecuencia. Y dado que la única técnica que cdomino para lidiar con las preguntas es escribiendo sobre ellas, a escribir me dispongo.

Desde que mi útlimo amor terminó no pude volver a disfrutar de mis encuentros casuales con auspiciantes masculinos. No fue debido a la falta de talento de mis compañeros de aventuras ni a la ausencia de orgasmos propios; al contrario, mis amantes (nuevos e históricos) no han disminuido su capacidad de hacerme manchar las sábanas. Es un cambio puramente personal.

Ya no siento emoción ante la perspectiva de un hombre desnudo. Aprendí que una vez libres de ropa todos los hombres se ven iguales. Incluso puedo adivinar la desnudez bajo las ropas. Ya no me genera la irresistible curiosidad de antes descubrir los secretos que esconde la indumentaria. Somos todos iguales, y a la vez unico. En otros tiempos era esa irremplazabilidad lo que me llamaba a desnudarlos; hoy, la sensación de totalidad vuelve predecible cualquier sorpresa.

Hace un año me coronaron sacerdotiza del culto al falo. Amaba al miembro masculino por sobre todas las cosas. Poco en la vida me traía tanta felicidad como una linda y gorda poronga, bien hinchada y dura, lista para consumir.
Te esperé tanto tiempo
que perdí la cuenta de las horas
que pasé soñando con vos.
Supe que llegarías en otoño,
dorado de noche plata,
bañado en versos vacíos
que no logran decir
lo que intento.






Una mujer de 23



Hay cosas de mi vida que creo que, por más que las relate con la mayor cantidad de pruebas posible, siempre van a seguir sonando a cuento. Hay cosas que, simplemente, son increíbles. Y sobre todo, las que atañen a mi vieja.

Mi madre, creer o reventar, es una vieja hippie. Hippie de verdad. De las de antes, como la madre de la Agustina en Volver (de Almodóvar). Hace unos años me di cuenta cuánto se parece, en muchas cosas, mi vieja a Ewan McGregor en El Gran Pez.

En una de las situaciones más apenantes de mi vida, entre gritos, reclamos y lágrimas, escuché la frase "una mujer de 23". Hace tiempo que algo tan sencillo no se me quedaba tanto rato dando vueltas por mi cabeza. "Una mujer de 23", me repetía. ¿Pero... eso qué es? Analicémoslo por partes.

Hay quienes frecuentan frases como "una verdadera mujer", o "una mujer, no una minita". Este tipo de expresiones siempre me llamó la atención. Ser mujer es para estar personas, según entiendo yo, algo que se construye, algo que diferencia de sus congéneres a una sujeta en particular. Pero, ¿qué es ese algo que define a algunas como mujeres, y a otras como meros intentos o copias de? ¿Qué género queda para las "no mujeres"? Hombres no son... ¿mujeres tampoco?

Yo creo que todas somos mujeres. Todas tenemos nuestra dosis de histeria y neurosis diaria, tetas grandes o chiquitas, amigas locas y madres. No sólo la genitalia nos une. Con conchita nacemos todas (y algunas hasta deciden hacérsela), pero el ser mujer se construye. En esto estoy de acuerdo. La diferencia entre el punto de vista antes expuesto y el mío, es que todas llegamos a ser mujeres, pero distintas. Algunas se desarrollan muy jóvenes, mientras que otras siguen siendo niñas a pesar de tener hijos. Pero todas somos mujeres, desde algún momento. Aunque sea por los años.

Y entonces llegamos a la segunda parte de la frase. "De 23". No soy sólo una mujer, sino que soy una "de 23". ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué es una mujer de veintitrés? La diversidad de caminos me abruman. Hay tantos cientos de formas de serlo, que no existe una única respuesta. Tomemos dos ejemplos. En la facultad, arranqué la carrera al mismo tiempo que dos amigas. Una de ellas se recibe este año. La otra aún sigue cursando materias de segundo. Y ambas tienen 23. Cada una vive en su departamento, cuyo alquiler bancan sus padres desde alguna provincia lejana. Y por último, mientras que la más acelerada tiene un 0% de experiencia en el mercado laboral, la otra hace dos años que trabaja para una joyería.

Yo, por mi parte, sigo viviendo con mi vieja. No me recibo este año, pero tampoco estoy muy atrasada (digamos que voy por la mitad). Hace un par de años tengo una changuita fija por mes que me permite moverme por la ciudad, Laburé en algunas oficinas y demases pero nada que prosperase demasiado. Y así estoy.

¿Qué es entonces, hoy, ser una mujer de 23? ¿Es ser una mina independiente, universitaria, con trabajo de 9 a 18 y cursada de 19 a 23? ¿Es tener un novio hace dos años con el que planees mudarte cuando se termine su contrato de alquiler? ¿Es estar cursando un taller de títeres de guante y ofrecer cursos de clown en un centro cultural? ¿Es irte a vivir a Europa por un tiempo, laburando de camarera con el sueño de viajar y conocerlo todo? ¿Cuándo se termina la era del boludeo y empieza la de la responsabilidad? ¿Acaso no se dan de repente, sino más bien sigilosamente?

Una vez leí en algún lado que la muerte no es algo que nos toma por sorpresa un día, sino que más bien es como un ladrón que cada noche entra a tu casa y te va robando de a poco, hasta el día en que te das cuenta de que ya no te queda nada. De la misma manera, así, tan lenta y disimuladamente, que se recorre el camino hacia la madurez.

No tengo todas las responsabilidades. Tampoco todo el descontrol. Voy bailando carnavalitos por el camino que pueda elegir, buscando llegar a ser la mujer que quiero ser. Estudiando, fumando, trabajando, amando y escribiendo, defino día a día mi forma y mi edad. Quizás sea eso, y sólo eso, lo que es para mí ser una mujer de 23.

Mentiras y ficción


Para A. N.,
maestra.

Anahí llegó corriendo de la escuela a su casa, entusiasmada. Entró a los saltos por la escalera que daba a la calle, sonriendo. Tiró la mochila en un sofá del livin y entró corriendo a la cocina como un huracán. Adentro, su madre servía café y su padre lía el diario. Emocionada, la niña chilló:

-¿Adivinen qué? Mientras venía caminando desde la escuela me crucé con un elefante verde. Estaba parado en medio de la calle, con cara de confundido, y me pidió que le indicara la dirección de una esquina. Como quedaba de camino a casa, -explicó Anahí- vinimos caminando hasta acá juntos, conversando acerca de los vecinos y la escuela. Y después dobló en la próxima calle y desapareció.

La madre miró a la niña y sonrió, ausente. El padre, en cambio, bajó el diario lentamente, para mostrar unos ceños fruncidos. Por en cima de sus lentes, el hombre fijó sus ojos oscuros en la niña, que sonreía, expectante:

-¿De qué hablamos el otro día, Anahí? ¿Qué te enseñó papá...?

Anahí siguió sonriendo, pensativa. Desvió la mirada y permaneció calladita, concentrada en admirar las baldosas de la cocina y riendo en silencio.

-¿No te acordás?... Que no hay que decir...

-Que no hay que decir mentiras, papi! -recordó la niña.

-Es cierto. Y lo del elefante, Anahí, ¿no es una mentira? -escuadriñó el padre.

-No, papi, -respondió Anahí, sincera- eso es un cuento.

El hombre azul y la hija de los divorcios


Cuando yo tenía dos años y medio, y mi hermana cuatro, mis viejos se separaron. Virtualmente, tengo un solo recuerdo de mis viejos juntos. Estábamos mi hermana, mis viejos y yo en el depto donde vivíamos, tomando helado sentados en el piso del balcón. Me acuerdo que hacía calor, mucho calor, y yo estaba sentada en las rodillas de mi viejo, tomando mi helado. Es el único recuerdo que tengo de mis padres juntos. Después recuerdo peleas en eventos aislados (como actos de la escuela y cosas así) en los que debían juntarse sí o sí por causa de fuerza mayor (o sea, nosotras). Pero nada más. El resto de mis recuerdos infantiles son dicotómicos: o con mamá, o con papá.

Mis tíos también son separados. De hecho, mis abuelos también. Mi historia familiar es la de hombre y mujeres demasiado apasionados con el sexo opuesto como para dedicarle toda su vida a una misma persona. O demasiado celosos como para aguantar indiscreciones.

Es por eso que creo que nadie puede culparme si no puedo creer en el amor para toda la vida. Es por eso que todavía tengo miedo por Nacho y yo. Nunca he presenciado un amor eterno, un amor de esos corte "hasta que la muerte nos separe". Mi experiencia (la de mi familia, y la mía personal) es que eso no sucede.

Esto no quita que yo no sea una Susanita más. Creo que, justamente, debido al divorcio de mis viejos y mi crianza bipolar, siempre anhelé desde lo más profundo de mis sueños encontrar al hombre ideal, indicado, the one for me. Porque nunca dudé de querer tener hijos. Pero siempre estuve convencida de que no quería criarlos en divorcio. ¿Y cómo lograrlo? ¿Cómo creer en el amor para toda la vida, si nunca lo vi? ¿Acaso es posible que encuentre a, sino mi príncipe, mi hombre azul?

Ese sueño perseguí durante mucho tiempo. Me enrosqué en relaciones con tipos complicados a quienes yo les "hacía bien". Les daba serenidad, paz, buen sexo, qué sé yo qué querían decir con "me hacés bien". No era el bien de Drexler. Era un bien de "estoy del orto, soy un hemipléjico emocional y tu amor me muestra que no todo es una mierda". Lo cual, por si no lo notaron, tampoco quiere decir "te quiero". Más bien, "sos una buena enfermera".

Finalmente me cansé, y después de escuchar al tercer tipo (¡el tercero!) decírmelo, lo dejé y renuncié. Quizás era cierto eso de que no existe el amor para siempre. Quizás yo no sepa elegirlos, o simplemente sean todos iguales. En cualquier caso, renuncié a mi sueño de Susanita. No estoy hecha para esto. No estoy hecha para el amor, si el amor es enfermería a domicilio.

Así estaba cuando lo conocí a Nacho. Llevaba un tres años de soltería crónica, salpimentada con relaciones hemipléjicas y algunos compañeros de sábanas en soledad. No estaba de novia, ni en pareja, ni me interesaba. El amor llegaría, o no, pero yo no pensaba buscarlo. Y nos enamoramos en el cumpleaños de un amigo en común.

Pero aún tengo miedo. Creo que el sueño de Susanita nunca se realiza, hasta la muerte. Sólo hay un momento en el que sabés que estarán juntos hasta la muerte, y es la muerte misma. En el camino, en la vida, nunca podré estar segura de que estaremos juntos para siempre. Creo que he pasado por demasiadas roturas de corazón como para volver a creer que ese sueño es real. Pero eso no me impide seguir intentándolo. Intentar un camino junto al hombre que amo, y vivir con él todas mis seguridades de amor y mis dudas heredadas.

Aunque creo que si Nacho leyera esto me costaría mucho hacerle entender por qué, a pesar de todo lo dicho, despertarme todas las mañanas al lado suyo es la mayor felicidad de mi vida.

El verdadero final feliz

En mi infancia tomé la teta de Disney durante muchos años. Sepan que, por mi edad, tuve el lujo de ver el estreno de películas como Aladdín, El Rey León y Pocahontas, que eran la tradicional "película del año" del McDonald's de las animaciones occidentales. A su vez, el efecto retroactivo de los VHS (¡Dios!) me permitieron enfermarme una y otra vez con "La Bella y la Bestia", "La Sirenita", "La Bella Durmiente" y tantas otras fábulas clásicas que Disney tuvo la (económicamente) fabulosa idea de suavizar hasta el extremo y producir. De modo que los cuentos de hadas se me metieron en el cerebro desde pequeña. Los finales felices eran los únicos que existían. El crimen paga, el amor siempre triunfa, y, sobre todo, dura para siempre.

Afortunadamente, era una niña demasiado curiosa como para ofrecer mi cerebro como hoja en blanco para que Mr. Disney & Co. Industries hicieran con él lo que quisieran. Las veía, las memorizaba, sí: pero no les creía. Nunca perdía la conciencia de que era todo un dibujito, un cuento, una historia. Me emocionaba, pero sentía que faltaba algo. ¿Por qué justo terminaban cuando ellos se casaban? ¿Qué pasaba después?

Con los años me puse más crítica, y empecé a darme cuenta que todas esas películas terminan en el principio. En el principio de una relación. Y claro, esa es la parte más fácil. Siempre pensás que vas a estar juntos para siempre, al principio. Siempre creés que es el amor de tu vida, más aún si es el primero y tenés quince años. Después alguno de los dos la corta y llorás como nunca habías llorado en tu vida, porque perdiste a tu amor, a tu verdadero amor.

Es por eso que llegué a una magnífica conclusión: todo culpa de Disney. Desde nuestra más tierna infancia, los cuentos de hadas nos convencen de que, indefectiblemente, en algún momento, vas a encontrar a el amor de tu vida. Que "allá afura" (?) hay alguien esperándote, tejiendo y destejiendo cual Penélope en Ítaca, a que llegues a su isla. Que ambos lo sabrán, lo sentirán infinitamente eterno, y vivirán juntos para siempre. Eso es mentira. Nada, absolutamente nada en el mundo nos asegura la felicidad eterna. Primero, porque somos seres mortales, y loco, enfrentalo, en algún momento te vas a morir. Pero, además, porque los cuentos de hadas son tramposos. Te la cortan en la mejor parte. El heroico caballero mata a un dragón, cruza la fosa en llamas, derrota a la malvada bruja, y, con un suave y tierno beso, despierta a la princesa, a quien está destinada para ser felices por siempre. Pero... ¿y después? ¿Qué pasa después?

Yo les voy a contar lo que pasa después.

En la fiesta de casamiento, se pelean porque ella quiere tulipanes como centro de mesa y cuestan una fortuna. En la noche de bodas, el príncipe se revela precoz y nuestra querida princesa es deflorada sin saber lo que es un orgasmo (y nunca lo sabrá gracias a su marido). Después de parir cinco niños bobos, la princesa comienza un affair con el hermano menor del Príncipe, y él mantiene una relación prohibida y homoerótica con su Capitán de la Guardia del Palacio desde mucho tiempo antes. Cuando finalmente el suegro la palma, al fin, ella es Reina, y eso afloja las tensiones domésticas porque su marido no aguantaba más ser el segundón. Pero entonces el nuevo Rey se hace abiertamente homosexual, la expulsa del Palacio y ella se refugia en las lejanas Indias del Imperio, donde comienza una nueva vida de sexo, opio y canto gregoriano con un comerciante que se hizo millonario por explotar indios en una mina de cobre.


Y, ese, muchachos... ese sí que es un final feliz.

Para mí sola

No sé muy bien por qué estoy escribiendo esto. Creo que, simplemente, necesito un espacio “para mí”. Es cierto que eso podría ser, no sé, un cuarto de mi casa o mi trabajo, pero creo que no sólo necesito un espacio, sino que tiene que ser “creativo”. Y mío.

Hace tres semanas que me mudé a este depto con Nacho, y todavía me cuesta acostumbrarme. No me malinterpreten: fue idea mía que nos mudáramos juntos. A mí ya se me estaba venciendo el contrato del depto anterior y él prácticamente vivía ahí porque no aguantaba seguir viviendo con su viejo. Así que cuando fue el momento de renovar el contrato o mudarse, le propuse de alquilar algo juntos. Después de todo, hace ya un año y medio que estamos juntos. Somos dos boludos grandes de veinti y tantos, llevamos bastante tiempo juntos, nos amamos… era lógico que nos mudáramos juntos. ¿No?

Aparte, es lindo. Dormir juntos todas las noches y cenar juntos, está bueno. De los 22 que me fui de los de mis viejos hasta los 26 (edad actual), viví siempre en el mismo depto mini de un ambiente “y medio” (aunque siempre me pareció un robo que una paredita que separa un espacio de un metro cuadrado califique como “medio ambiente”). Me gustaba, sí. Era chiquito pero cómodo, y no había mucho que limpiar tampoco. Si no tenía ganas de ordenar dejaba todo tirado y me chupaba un huevo. Si me pintaba pasar el domingo en joggin y remerita de algodón viendo Warner Channel y comiendo Chococrispis con leche lo hacía. Pero bueno. Ahora ya no. No es que no pueda. Nacho es divino y no creo que modifique su amor hacia mí el hecho de verme desparramada sobre el sillón mientras lloro viendo Gilmore Girls. Pero igual no da, ¿no?

Aparte, es mucho más lindo comer juntos que mirando la tele y teniendo a Ross y Rachel por única compañía. Y podemos pasarnos los domingos igual de pachorros, pero juntos. Tirados en la cama, en bolas, leyendo el diario, fumando, haciendo el amor. Me gusta. Estoy contenta.

Igual, es como que… no sé. Es estar todo el tiempo juntos. O sea, no todo el tiempo real, sino que el tiempo en casa es tiempo juntos. No puedo encerrarme en el baño a depilarme, por ejemplo: hay uno solo y él también lo necesita... Es como que tenemos que estar juntos. Y nada… no sé. Es como mucho. Me gustaría vivir de rentas (o tener un sueldo en euros) y poder comprar un depto viejo, lindo, que haya que arreglar pero que sea grande. Y podría tener mi propio espacio: un estudio, con biblioteca y la compu, para poder escribir y laburar en paz. No es que Nacho me saque paz. Pero sí me pasa que no tengo “mi” lugar. Ojalá tuviera (¿tuviéramos?) la guita como para alquilar algo más grande y poder tener mi espacio. Pero bueno. Es lo que hay.

Es raro, pero desde que nos mudamos como que nuestra vida sexual cambió bastante. Lo hacemos casi todas las noches. Nacho a veces no espera ni para cenar: el jueves pasado, sin ir más lejos, llegó y sin descolgarse el morral me arrastró hasta la habitación, comiéndome a besos. Yo tenía las manos mojadas y llenas de detergente pero no me dejó ni secármelas. Y en un santiamén (siempre me gustó esa palabra) estábamos desnudos, haciendo el amor. Nacho está muy feliz, y me pone feliz verlo así. Está entusiasmado con este paso de la relación, y yo también. Nomás me gustaría que fuera un poco más “conciente” de la casa, que me ayudara un toque a que no sea todo un caos. Yo cuando vivía sola no tenía problema en desordenar porque de última era mi quilombo, pero acá somos dos y el quilombo de uno es el quilombo del otro. Igual está bien, él nunca vivió solo y no se da cuenta de esas cosas; además la vieja siempre le fue atrás limpiándole y ordenándole todo como si fuera la mucama, así que no es su culpa, ¿no? A mí mi vieja me enseñó a ordenarme y limpiar, me educó así, y está bien. La de él no, qué se le va a hacer. Ya aprenderá, supongo. La verdad que me gustaría que haya cierta equidad en la casa, onda que si yo cocino, él lave los platos o algo así.

En fin, me di cuenta que el único momento que tengo “sola” es esta hora entre que llego del laburo y llega él. Así que decidí que en lugar de usarla para limpiar u ordenar (todavía tenemos cajas cerradas de la mudanza, y nos faltan estantes y muebles, y un lavarropas), voy a usarla para mí. No tendré un cuarto para mí, pero al menos tendré un blog. Algo es algo… ¿no?

Te abandono


A veces simplemente me dan ganas de cagarte a trompadas, encajarte una buena piña, bajarte los dientes y romperte la nariz. Dejarte tirado, sangrando, y terminar gritándote todo lo que nunca te dije. Que sos un infeliz que no sabe lo que es la intimidad, que tus problemitas te los inventás a gusto y piaccere por el mero placer de sentirte víctima un rato, que necesitás las luces de la controversia apuntándote en el escenario solitario de tu vida, y un público sollozante que se compadezca de vos. Sos patético. Sos un crío caprichoso y bobo que no sabe multiplicar fracciones; sos un recreo en penitencia voluntaria, una polilla devoradora de recuerdos. ¿Sabés qué? Sos la única persona de mi vida que lamento haber conocido. La única. Sos un lisiado emocional que no puede entender lo que pasa en los corazones de los demás, porque está demasiado ocupado masturbando el suyo. ¿Sabés? Lograste lo que nunca nadie había logrado en mi vida: que me arrepienta de haber estado con vos. Sentite orgulloso, idiota. Por fin tenés ese lugar irremplazable en mi historia que querías: sólo que en vez de ser un gran amor, sos el analfabeto funcional, la mancha de vergüenza en mi currículo sentimental. Vergüenza. De alguna vez haberte hecho un lugar en mi cama y mi corazón, del amor que alguna vez te tuve. Hoy pienso, incrédula… ¿cómo fue posible? ¿Cómo pude enamorarme de un peón desteñido que nunca se moverá de su casillero porque le aterra no poder volver para atrás? Porque sí, aunque quieras masturbarte mientras llorás convenciéndote de que nunca te quise, I have bad news for you, kid: yo sí te quise. Ese amor existió, aunque para vos sea más fácil convencerte de que no fue así por alguna razón extraña de tu mente de ermitaño empedernido. Nunca te atreviste a creerme porque sos un cobarde que se esconde en las profundidades de las trincheras creadas por tu incapacidad amatoria; trincheras menos dolorosas, al fin, que el vacío desierto de la verdad: que te quise, y te dejé de querer. Que la cosa, simplemente, no funcionó. Aghhh… me sacás de quicio!!! ¿Tanto te gusta ser la víctima? Por una vez en tu puta vida me gustaría que fueras la víctima de verdad y cagarte a trompadas. Quiero golpearte, lastimarte, tirarte al piso suplicante y que nadie en el mundo pueda sentir piedad por algo tan patético como una lombriz disecada cubierta por el barro rojo de un amor pasajero y huracanado. No quiero verte más, nunca más en mi puta vida. ¿Entendés? NUNCA-MÁS. Me producís tanta violencia que dudo que pueda contenerme. Quiero borrarte de mi presente y mi futuro tanto como quisiera borrarte de mi pasado. Quiero que seas un desconocido, un anónimo, un ignoto ausente como todos los transeúntes con los que me cruzo en Florida o Lavalle. La sangre me hierve de ira cuando pienso en los meses que estuvimos juntos. Todo era una pantomima sin espectadores: vos ofreciendo tu orgullo y dignidad como trapo de piso a mi conciencia, y yo declinándolo, amablemente. Vos llorando a moco tendido ante una pelea y yo oficiando de enfermera, consolándote. Vivías asustado, medido, mariconazo; yo te decía mis verdades menos filosas y vos sangrabas, pidiendo más, regodeándote en el sufrimiento que querías que te infligiera. Me tenías miedo. ¡Miedo! ¿Miedo de qué? ¿De perderme, estrecharme, ahogarme? Jamás en mi vida le huí al amor, imbécil. Creía que me conocías (vos aún hoy tenés la soberbia de creerlo). Hoy me dan ganas de abusar de ese miedo con violencia. Me violenta el recuerdo de tus ojos de pollito mojado, tus lágrimas bajo la lluvia que buscaban en mí una madre o una diva de Hollywood. Y yo… yo ni siquiera me acuerdo qué buscaba en vos. Un amor, un novio, una compañía de sábanas. Todo fue inundado por el asco que me producían tus chiquilinadas y la violencia que nunca te grité ni infligí en tu cuerpecito mortecino la pongo ahora acá, en palabras, lejos de donde puedas leerlas porque ya ni eso quiero, ya no quiero ni hablarte, ni escribirte ni verte, quiero que desaparezcas vos y tus recuerdos asquerosos con olor a homosexualidad reprimida y lágrimas fáciles. Te abandono, Matías. Así que no me busques más.

[punto G.]

Mientras toda la semana pasada anduve quejándome con mis amigas de la falta de hombres, nunca se me ocurrió que en efecto conocería a alguno. Esas cosas nunca suceden. No es que una puede pedirle al cielo o a la vida algo, y esta o aquél responden eficazmente y en seguida cual burócratas del destino. Sin embargo, esta vuelta me sorprendieron muy incrédulamente, y cruzaron por mi camino a un hombre más que apetecible.

Sin inocencia lo bautizaré como G.

Hace algunas noches conocí sus sábanas y su perfume. Yo me empalagué del sabor de su piel. Él prefirió volverse adicto a mi sexo.

Esa noche, mientras me ahogaba entre su cuello y sus hombros, su diestra supo pasearse por toda mi entrepierna. Con la tranquilidad de un explorador, inspeccionó milímetro a milímetro mi deseo, sin apuro. La parsimonia de sus dedos se detenía cuando mis gemidos le señalaban el punto exacto a estimular. Yo me abandoné a sus designios y él continuaba jugueteando, feliz.

Luego de un tiempo incalculable, sentí cómo sus dedos llevaban su exploración a las profundidades de mi cuerpo. Y, flexionándolos en mi interior, me susurró al oído:

G.: Este es el punto G...

Yo lo miré muy sorprendida. La verdad que nunca me lo había puesto a pensar. Siempre había dado por sentado que el famoso punto G era el mismísimo clítoris. Tan segura estaba de ello que ni siquiera lo había hablado con nadie.

SECRETA PORTEÑITA: ¿En serio?... Yo siempre creí que era este...

Tomé su mano y posando una yema de sus dedos sobre mi definición de tan famoso punto. Pero no.

G.: No, no, es este...

E insistió con su teoría vaginal.


Será que tengo un particular desarrollo de la sensibilidad clitorídea. O quizás poco en el punto que él insiste es el summum del orgasmo femenino. Lo cierto es que el primero siempre me ha dado grandes satisfacciones, mientras que el segundo se me hace un lugarcito más dentro de mi conchita como cualquier otro. Maitena pregunta en uno de sus chistes más viejos: "¿Usted nunca se sintió anormal?". Pues sí, querida madrina, muchas veces. Y esta duda me está sintiendo rara.

Traigo entonces esta inquietud a este pequeño diario íntimo/expuesto que tengo.


Quizás así no tenga que llamar a Alessandra para preguntarle, cual desorientada niña de 12 años "¿dónde queda el punto G?".

Sex & the City

El lunes estaba viendo la semanal e imperdible maratón de Sex & the City por Cosmopolitan, cuando mi mamá finalmente dejó el teléfono y decidió arrimarse al bochín. Cuando se dio cuenta de qué programa estaba viendo, arrancó una de las conversaciones más interesantes con mi madre en mucho tiempo.

No es la primera vez que defiendo este programa a capa y espada. He tenido varias discusiones sobre este tema, con hombres y con mujeres, a favor y en contra. Pero yo nunca cedo ni un centímetro. No con Sex & the City.

Para quienes no lo saben, he aquí el argumento: cuatro amigas neoyorquinas cristalizan distintos aspectos de una mujer, sin caer en estereotipos: la susanita obsesionada por su final feliz (Charlotte), la profesional y cínica, algo insegura de su belleza (Miranda), la fiera sexual y frívola (Samantha), y la protagonista, Carrie, sintetiza las tres vidas. El programa gira en torno a sus conversaciones, sus aventuras en la cama (o en cualquier lado apto para un polvo), y sus amores y desamores. Y es que el tema, justamente, no se agota en el sexo: refleja la importancia de un saludable desarrollo de la sexualidad femenina, pero no cae en promiscuidades. Las mujeres, como dice en el primer capítulo, podemos tener sex like a man, pero también nos pasan muchas otras cosas. Nos gusta vernos lindas, y por eso nuestras chicas se visten tan envidiablemente bien. Nos agarra el zsa zsa zsu (las mariposas) cuando conocemos a un hombre del que creemos que nos podemos enamorar. Nos quejamos de que no pueden comprometerse, pero cuando nos proponen matrimonio lo rechazamos. Vamos de tacos aguja al Carrefour, pero adoramos los joggins y remeras de algodón para ver películas en la cama. Nos gusta estar flacas, pero somos sacerdotizas del chocolate.

Hay mujeres que lo ven como un programa falso. No puede ver nada detrás de su estética glamorosa y newyorkina. Argumentan desde el materialismo: a quién le puede importar qué carajo les pasa a cuatro yanquis que se gastan U$S400.- en un par de Manolo Blahnik, comen todos los jodidos días afuera y coleccionan vibradores. No sólo no pueden dejar de ver las condiciones socioeconómicas del programa, sino que es todo lo que ven. El hecho de que "tienen plata" impregna toda la serie, es cierto, pero para estas argumentadoras opaca todo contenido. El fabuloso vestuario y la peluquería les nubla la vista y les cierra los oídos, en lugar de decorarlos y deleitarlos.

Algunos hombres lo ven como un programa feminista (como si éste fuera motivo suficiente para que sea malo). ¡Y claro que es feminista! Porque es una serie narrada desde un punto de vista exclusivamente femenino. Hasta los personajes masculinos, creo yo, son reflejos del imaginario femenino. Mr. Big es el hombre perfecto, con todo lo malo que eso significa. Aidan también es, a su manera, el hombre perfecto, pero es la contracara de Mr. Big. Lo que Aidan tiene de bueno es lo que Big tiene de malo, y viceversa. Ambos son hermosos. Ambos son hombres, y como tales, nos dice Carrie, en realidad son imperfectos.
Más allá de este ejemplo, insisto: Sí, Sex & the City es un programa feminista, por el simple hecho de plantearse desde el género femenino como elección discursiva. Y eso, caballeros, no tiene nada de malo.

Mi mamá simplemente no pueden escuchar a cuatro mujeres hablar tan explícitamente de sexo. Samantha es el paradigma de la vergüenza ajena. Hace y dice todo lo que nos cuesta hacer y decir a las mujeres. Es el personaje más conectado con su cuerpo y su deseo. Y sin embargo, eso no la exime de autojuzgarse en algún capítulo que otro, cuando le rompen en corazón.

Sex & the City es una propuesta en paquete. Hay que comprender que sus múltiples contenidos son algo que tenemos que tomar en conjunto para poder disfrutarlo. El exquisito vestuario de Patricia Field no serviría de nada sin las eternas dudas de Carrie, los polvos improvisados de Samantha, la adorable inocencia de Charlotte o la imperdible acidez de Miranda. Y viceversa. Sex & the City es el todo: es los zapatos, las pijas y las tetas, los amigos gays, las lágrimas por rupturas, los cuernos y la peluquería. Es un universo femenino detallado y salpimentado con mucho humor.

Más allá de las barreras geográficas, idiomáticas, generacionales, o de clase, Sex & the City es un programa sobre mujeres en la agobiante vida de una gran ciudad.
Aunque con menos plata y glamour, y algunos kilos de más, eso soy yo.
Y eso somos todas las porteñitas de nuestra Gran Manzana latinoamericana.

Un orgasmo entero

Desde la pérdida de mi virginidad, habían pasado unos cinco años. Sucesivos amores monogámicos me habían cerrado las piernas a otros hombres receptivos. La falta de experiencia acompañaba la ausencia de orgasmos y desinhibiciones. El presente me encontraba en Barcelona, sola, conociendo gente nueva, arquitecturas centenarias, y hombres deliciosos hasta la médula. Particularmente uno: un catalán rubio y de ojos verdes como los mares de Grecia que no dudó en insinuárseme desde el principio.

A pesar del cartel en mi cuello que rezaba "Tengo novio", R. no dudó en dejar claras sus intenciones. Yo me babeaba por dentro pero la fidelidad me encadenaba la entrepierna y me turbaba el corazón. Finalmente, una noche lo vi sobre un escenario y decidí convertirme en una chica mala. Si no era entonces, no lo sería nunca.

La casa de sus padres estaba vacía, y el inmenso sillón de cuero sirvió de cama cuando caímos redidos después de una noche de gira. A lo largo de la mañana me despertaba e intentaba acariciarlo, pero el sueño de ambos era más fuerte. Hasta que, finalmente!, ya descansados, se abrió el juego.

Nunca pude recordar la suceción de hechos.
Las manos recorrían ambos cuerpos, indistintamente,
porque igual daba tocarme a mí o tocarlo a él,
mientras tocara.

Tuvimos la ropa puesta más de una hora;
no queríamos apresurarnos.
¿Para qué,
si el tiempo se estiraba?...
Todo era disfrutable.

No había superficie acariciada y acariciante,
más bien un océano caliente de pieles juntas y ropas insignificantes
que subían la marea conforme se acercaba el mediodía.

Cada respiro era una bendición por estar viva,
por poder seguir viviendo para estar ahí,
en su cuerpo y en el mío,
que eran todo el presente.

Había soltado las amarras de mi cabeza, y me dejé caer por la borda,
hundiéndome en el mar caliente del goce erótico,
ahogándome en el placer de tener un cuerpo que pueda sentir tanto
todo junto.

Yo me hundía,
él me desnudaba.

Y el tiempo era un caldo desbordante que chorreaba por la ventana,
como el túnel de mis piernas, como su aire en mi boca seca de aire,
abierta de par en par,
robando bocanadas para respirar en ese mar caliente y explosivo.

Porque el cuerpo se me salía de encima,
se me caía,
el cuerpo se me agrandaba y se inflaba,
ocupaba todo el espacio del sillón que era inmenso, y seguía creciendo.
El cuerpo se me escapaba como un Eva fuera de control,
autónomo y libre,
que explotaba en millones de átomos vibrantes,
se convertía en ráfagas de tormenta de arena.
Todo él era un orgasmo entero
hecho de carne, hueso y placer.

En mi vida tuve dos primeras veces. Una fue la primera vez que tuve sexo.

La otra fue la primera vez que entendí lo que significaba.

Faltan chongos

¿Qué onda, che?

¿Soy sólo yo, o acá falta olor a sexo?

Mucho amor, todo lo que quieran. Les agradezco que me banquen en mis añoranzas románticas, que son reales, y mucho me afectan. Pero este es un blog sobre sexo, vieja! Y hoy, mientras chateaba con una amiga, me di cuenta de algo.

Primero, que hoy es martes y tengo que postear.

Y segundo... ¿qué onda con los chongos?

¿Acaso están en huelga?
¿O simplemente son pelotudos?...

Sabrán disculpar la verborragia. Quienes frecuentan este túnel, saben que mis palabras suelen ser más sutiles y revestidas con encaje. Pero hoy estoy indignada. La abstinencia me afecta.

¿Tan difícil es para una porteña como una conseguirse un garche decente? ¿TAN difícil tiene que ser?...

Mis chongos habituales, de agenda, van para atrás. Hoy por hoy, sólo lo tengo a M., porque L. está enamoradito (y me encanta que sea feliz), e Y. no cuenta como chongo. Y M., como ya lo dije, es un cuelgue. Hay que andar persiguiéndolo para concretar algo. Que mensajito, que hablar por MSN, que llamarlo para vernos... en fin. Todo un trabajo para un polvo interesante, pero tampoco maravillosísimo...

Lo cierto es que hoy no tengo ni un chongo decente. Ni uno.

Vale aclarar que cuando digo "decente", no hablo sólo del que porta con esa erección tan rica y dura que no podés aguantarte las ganas de comértela. Hablo del que se pone las pilas para coger. Que llama, seduce, convence y erotiza con las ganas que tiene de darme masa por todos los agujeros que le habilite. Eso es un chongo que vale la pena. Uno que deje bien en claro las cosas, con las palabras y (fundamental) con los actos. Básicamente uno no-histérico.

A veces siento que a los hombres les da paja coger. Ni siquiera hablo del laburo previo que implica un levante. Digo que les da paja llamar, concretar una cita en una casa vacía, o ir al kiosco a comprar forros. ¿Qué onda?... ¡Media pila! No se trata de juntarse para estudiar estadística, o jugar al TEG. ¡Estamos hablando de sexo, man!...

Desde el garche con M. que no la pongo. Ya la abstinencia empieza a inquietarme las sábanas. De a poco volví a revisar la agenda a ver si desempolvo (nunca mejor dicho) algún viejo teléfono que pueda dar un fruto mínimamente interesante. Incluso cometí el gravísimo error de histeriquear con Y. por MSN. Gracias a Dios sigue siendo el mismo pelotudo de siempre, con lo cual a los diez minutos ya había ahogado toda mi libido, y me ahorró el trago amargo que hubiera significado abrirle mis piernas para satisfacer mi pulsión erótica. Es notable el talento de ese pibe para hundir sus probabilidades de volver a acostarse conmigo. Sólo tenía que tomarse un bondi, y la magia aparecería. Pero no. ¿Por qué? Porque le daba paja. Vaya paradoja.


En fin.
Hoy, sólo busco un tipo que me pueda mantener bien atendida, sin mayores complicaciones. Uno con el que canalizar mi apetito sexual un par de veces por semana.


¿Es mucho pedir...?

¿Tengo novio?

Hoy se cumple un mes desde que me puse de novia.
Qué sorpresa, ¿no?... ¿Me imaginan de novia?...

Sí, yo tampoco.
Tristísimo.

La verdad es que fue muy raro. Es con alguien muy raro, N. Tenemos una historia complicada en nuestro haber. Idas y venidas, sexo maratónico, besos bajo la lluvia, puteadas antológicas, amor incomprensible y antología de lágrimas. Más de un año llevamos así. Finalmente aflojé, y hace un mes le pedí que me preguntara si quería ser su novia.

Sí, lo sé.
Patético.

En este mes, lo debo haber engañado unas tres veces. Una de viaje, otra con uno que me llamó después de mucho tiempo (sexo en la plaza), y otra con una mujer. Una amiga. En común.

Sí, lo sé.
Terrible.

¿A esto le llamo estar de novia?...
Claro que no.
Más bien al contrario.

Siempre dije que si en una relación se interpone una infidelidad, es un síntoma de que las cosas no andan bien. También dije que la fidelidad no es un pacto, sino un hecho: de repente, te encontrás con que hace X tiempo que, sexualmente, no te interesa nadie más. Sé que es difícil, pero también sé que sucede (lo experimenté, de hecho). Y con N no me pasa. No porque no me satisfaga en la cama. Al contrario. En mi podio erótico, el puesto nº1 es de R., pero el nº3 es de N.

(el nº2 es Y., el único del podio que me rompió el corazón)

A veces creo que me acostumbré mucho a estar sola. A hacer lo que se me cante, cojerme al que quiera, descontrolarla. No deberle explicaciones a nadie. Pero después pienso en Y., en las muchas ganas que tenía de ser su novia, de que me amara con la locura con la que yo quería amarlo a él. Y me doy cuenta de que el problema no es que no quiero "estar de novia". Creo que simplemente no quiero estar de novia con él.

A veces siento que en este blog me plasmo como una frívola máquina de cojer. Pero bueno, esa es la consigna con la cual lo creé. No me molesta retratarme así. Simplemente a veces necesito hablar del amor, porque el amor y el sexo, como ya dije, están íntimamente unidos.

Me encantaba hacer el amor con N. Realmente nos entendíamos.
Hablo en pasado porque hace ya no sé cuántas semanas que no lo hacemos. Más o menos, un poco después de que nos pusimos "de novios".

¿Qué clase de noviazgo esquizofrénico es éste?
Uno en el que hay días en los que lo amo porque me entiende, me respeta, me admira y me mima. Y otros en los que no lo puedo soportar porque cree entenderme pero no es así, me idolatra bobamente, me sube a un pedestal olímpico y se pone pesado con los mimos.

No se preocupen. Sé que la loca de mierda soy yo.

El otro día tuvimos una charla en la cual yo terminé pensando "No abundan los hombres que se aguanten no vernos una semana, que entienden que no lo llame 'novio' delante de otras personas porque 'son mis tiempos' y que les guste escucharme hablar de política". Con lo que decidí seguir con él. Le pedí que me recuerde que lo amo.

Pero no puedo creérmelo...
No puedo creer que lo que siento por él es amor.

Porque no veo estrellas en sus ojos.
No me hipnotiza escucharlo hablar de algo que le apasione. Ahora que lo pienso, pocas cosas le apasionan. Y prácticamente ninguna en común.
Tampoco fantaseo con nuestro futuro. No lo tengo en cuenta en mis proyectos a mediano o largo plazo. Ni me voy a dormir pensando en él.

Creo que es eso.
Simplemente, no me voy a dormir pensando en él.


¿Puede ser esto amor, entonces?

Tengo novio.

Pues sí, queridos lectores. Es un hecho irrefutable y persistente. Tangible. Real. Señores, tengo novio.

¿A qué se debe mi infranqueable seguridad? Bueno, hay varias respuestas. Vayamos por la más chismosa y divertida.

Desde el momento en que escribí el post anterior, supe que iba a pasar lo que pasó. Sí, lo que se imaginan. N., inescrupolosa y desautorizadamente, entró a este blog, mi santuario de privacidad, por las suyas. Y leyó.

Insisto en que apenas clickié "Publicar entrada" supe que eso iba a pasar. Nunca le había dicho del blog. Nunca se lo dije a nadie. Pero, claro, tengo un link directo en mi Mozilla. Y N., como todo novio moderno, frecuenta mi navegador. ¿Cómo no verlo?... El título llama demasiado la atención. Y despierta la curiosidad.

Me llamó, me dijo que tenía que verme. Lo supe instantáneamente.

-"¿Por qué me engañaste tres veces?!"
-"¿¡Por qué carajo te metés en lugares en los que no sos bienvenido?!"
y un laaargo etcétera...

¿Entonces por qué tengo novio?

Porque me perdonó.
Con N. es como si funcionara así. Cuando reacciona de formas que no me espero, cuando actúa distinto a como creo que actuará, es cuando me enamora. Cuando recuerdo por qué le digo que lo amo: porque es cierto.

No quise perderlo y lo detuve cuando se iba. Le repetí lo de siempre:

I'm just a fucked up girl.
I don't wat to do it anymore.
I understand if you want to leave me.
But please don't.
Just don't.
Just stay.

And he staid.


---
Eso sí. Le dije que iba a seguir teniendo el blog. Y que seguía sin ser bienvenido.

Si entra, es a sus propias expensas.
No acepto reclamos del Túnel.

Me toco pensando en vos

Cada noche que me acuesto a dormir, cierro los ojos y elijo en quién quiero pensar para masturbarme esta noche.

No se trata sólo de elegir un co-protagonista. Se trata de escribir su historia. Me gusta que mis fantasías sean reales, posibles. Pausibles de suceder.

Tomemos un ejemplo X, y hagámoslo masculino. Me imagino bajo qué circunstancias podría encontrarme con X: si me lo cruzo en la facultad, si nos encontramos casualmente en Gorriti y Scalabrini Ortiz, o si me invita a su casa a ver unas pelis y tomar cerveza. Me apasiona detallar cómo se va desarrollando el clima: la tensión sexual, el deseo tácito en las palabras, los posibles roces. Puede ser sutil, discreto, que la corriente vaya fluyendo hasta la cama; o puede ser crudo, autopístico, voraz. Depende del co-protagonista, y de ganas de qué tenga esa noche. A veces me toco pensando en abrazos de algodón, y a veces me atan contra un árbol de corteza.

Anoche tuve una nueva que me encantó. La comparto con ustedes:

Me vi en su depto (deconocido, imaginado), en el living precisamente. No sé cómo llegamos ahí. Tampoco importa. En algún momento se va a la cocina, a buscar más vino según mi guión. Ese es el punto clave en el que mi soledad momentánea me hace un click de deseo y decisión. Cuando vuelve, me ve parada de frente, mirándolo a los ojos, y como él es como yo quiero y no como es, entiende y se queda quieto. Devolviéndome la mirada, expectante y paciente.

SECRETA PORTEÑITA
Quedáte ahí...

Lentamente, comienzo a desnudarme. Él no me quita los ojos de en cima. Yo juego con la mirada; a veces se la clavo, a veces me distrae algún cierre relámpago, o un botón. Él tiene todavía la botella en una mano, cerrada, y el destapador en la otra. Yo me bajo el pantalón, me desabrocho la blusa (siempre es conveniente tener blusa en las fantasías), y sigo mirándolo. El silencio reina detrás de algún jazz que suena.

El corpiño desabrochado pende de mis hombros, inerte. Bajo los brazos y se resbala. Entre mi desnudez y yo sólo quedan las bragas. Me las bajo hasta las rodillas, me incorporo y, siempre fijándome en sus ojos, flexiono una para sacarlas.

Sólo queda el gancho en mi pelo de rodete de secretaria. Finalmente libre, la cortina indomable me cubre los hombros, y ahí sí que nos miramos largo y tendido. Él con vino y ropa, yo desnuda y blanca, salvo por mi pulsera de plata brillando en el jazz. A tres metros del otro.

Hay algo en mi desnudez y en la ropa del otro que me excita mucho. Quizás sea el propio cuerpo como un objeto de deseo de uno mismo. Quizás sea el desbalance de poder que implica. Quizás, la protección que puedo esperar del otro al verme tan vulnerable. No lo sé. Sólo sé que mientras él deja la botella de vino y el destapador sobre la mesa, y se acerca, las gotas de placer recorren mi entrepierna.


¿Y después?...

Aaah, bueno...

Yo ya hice mi jugada.
Supongo que el resto lo tendrá que descubrir.

La previa (ring ring)

Cuando era virgen, siempre me masturbaba pensando directamente en la penetración, el bombeo, el "metémela toda", esas cosas. Con más años y bailes encima, fui entendiendo que, si bien la penetración puede ser un momento de éxtasis animal, casi instintivo, la previa puede producir mucho más placer. Porque la previa se trata de eso: de aletargar el deseo, estirarlo lo más posible, desparramarlo por todo el presente que es un tiempo breve y condicionado, porque es un presente que sólo existe en tanto hay un futuro, el de la penetración, que va a hacer que todo este ebulliciente deseo explote por los aires.

El siglo XXI nos ha traído nuevos soportes para nuestra sexualidad. Gracias a la tecnología moderna, gracias al MSN, podemos tener previas de días, incluso meses, hasta el momento en que finalmente dos personas se fundan de deseo. Las previas han extendido el presente erótico, alimentando la imaginación, aletargando aún mucho más el deseo. Volviéndonos seres constantemente excitados y expectantes.

El MSN puede transformarse en oscuros cuartos de hotel por turnos, dadas las condiciones. A veces las madrugadas nos encuentran esperando a que X se conecte, sintiendo mariposas de fuego en la entrepierna cuando nos habla, y luego yéndonos a dormir autosatisfechas, fantaseando con cuándo nos cojerá de verdad.

Pero hay un paso anterior al verse cara a cara. Un paso lleno de intimidad, secreto y noche; un paso de susurros, gemidos y distancia. No sé ustedes, pero yo, personalmente, disfruto muchísimo una charla hot por teléfono.

Es como la previa por antonomasia. Desde el momento en que marcás SEND, sabés que te vas a excitar, que te vas a tocar, que vas a tener que cambiar las sábanas cuando venga tu novio para que no sospeche nada raro. Y que, cuanto mejor salga la charla, con más ganas te vas a quedar. Pero hay algo en el timing del deseo que no puede contenerse. Cuando lo escrito ya no alcanza (sea MSN o SMS), necesitás escuchar esa voz susurrante, de 40ºC, que te relate cómo te desvistiría mientras acariciás tu soledad desnuda.

Creo que el sexo telefónico me gusta tanto por la necesidad de decir las cosas. Te obliga a a vos y a tu afortunada pareja de turno a ser lo más explícitos con las palabras que su pudor lo permita. Si realmente quieren excitarse, tienen decirse lo que quieren decirse, soltar la lengua, decirlo como es, bien burdo. Tiene que animarse a decirte, por ejemplo

X
Sentí cómo, lentamente, la punta de mi lengua recorre tus piernas, acercándome cada vez más a tu conchita...

Y vos tenés que animarte a decirle

PS
...que está toda taaaan mojadita, esperándote...

Y él

X
¿Sí?... ¿Mucho?...

PS
Sí, muuuucho... de verdad...

X
Mhmmm... Sentí cómo me voy acercando, vada vez más... Hasta que sentís mi respiración en tu entrepierna, y te recorro la conchita de arriba a abajo, sólo con la punta de mi lengua, para sentirte tan húmeda y caliente...

PS
Mhhmhh... qué rico... ¿y sabés qué me encantaría...?

X
¿Qué, bonita?...

PS
Que te toques pensando en mí.

Sexo cannábico

Desde que leí la nota de tapa del nº7 de la revista THC, tengo ganas de hacer este post. Más allá de que la revista es una masa, y se las recomiendo, esa nota en particular fue increíble. Escrita por Marta Dillon, directora del suplemento Las/12 (también altamente recomendable), fue una de las mejores lecturas de este año. Me inspiró... digamos, mucho. Muchísimo.

Y por otro lado, una gran noticia: ayer se despenalizó el consumo personal de marihuana (aunque no puedo encontrar ningún diario que lo haya dicho, con lo que no puedo dejarles el link). Me parece un gran motivo para festejar, y una buena excusa de coyuntura para que finalmente haga este post. Así que, celebrando este hecho (¿algún lector está en contra?), y retomando a Dillon, me prendo la tuca que me queda y me siento a escribir.

Lo cierto es que el artículo de THC arranca con una escena. Ella está acostada, fumando (marihuana), y viendo a su novia dormir. Y comienza a relatar cómo la desea, la acaricia, la despierta, y lentamente empiezan a hacer el amor ("ella dormida, yo fumada"), perdiéndose en olas, en metáforas precisas, y en visuales muy claras. Yo no sé si fue porque justamente estaba drogada mientras lo leía, pero fue impresionante lo mucho que me excité al leerlo. Era prolijo, exacto, no repetitivo: describía con plumas y desgarres un acto sexual marihuanado. Era un acto de amor fortísimo y erótico. Me excité muchísimo, y agradecí no ser hombre. Sino, me hubiera escrachado una terrible erección...

Yo sé que el sexo sin drogas puede ser increíble. No necesita de estimulantes externos para ser alucinante. Pero hay algo en el sexo cannábico que suaviza, que irradia, que lo hace diferente, y sí, mejor.

Cuando tengo sexo fumada, siento con cada centímetro, cada milímetro, la piel del otro, su olor, su sudor, su excitación. Tengo un cuerpo entero, hinchado y muy delicado. Desarrollo una sensibilidad nanométrica, hacia afuera, y hacia adentro. Todo mi cuerpo se vuelve estimulante: la cintura, los dedos, los pies; todo es un gran órgano nervioso y sensible, caliente hasta el Infierno. Me entrego totalmente a los estímulos, al tacto, al gusto, al olfato y al oído. No tanto a la vista, ya que suelo cerrar los ojos. Es como si los otros sentidos estuvieran saturados, congestionados, y la vista se volviera prescindible; están pasando demasiadas cosas importantes hacia adentro, como para tener los ojos afuera.

Admito que cuando fumo también me vuelvo medio maniquí. Todos sabemos que hay un pasivo y un activo en el sexo. No hablo de la penetración, sino de la actitud: hay uno que devora, y otro que es devorado. Yo suelo intercalar. Pero cuando fumo, quiero ser devorada. Quiero entregarme totalmente, abandonarme a mi deseo y al del otro, que me desea tanto. Quiero que me explore, me investigue y me resuelva; quiero que encuentre mis zonas eróticas que trascienden las cotidianas, él solito, sin que yo le diga nada. Que no pueda acordarse del mundo que empieza afuera de mí; que esté completamente absorto y dedicado a descubrirme y a hacerme gritar de goce.

El momento de la penetración también es sublime. Es como si todo mi cuerpo desapareciera, se convirtiera en átomos flotantes, menos mi entrepierna. La siento con una exactitud que asombra: realmente, puedo sentir todo mi interior, mojada, caliente, dilatada. Mi conchita se abre de par en par, hospitalaria: invitando, insistiendo, y hasta rogando, que por favor no la dejen así, que necesita ahora mismo un complemento carnoso y duro que le dé sentido a su existencia. Sentir cómo me entran, me clavan, me vuelven a salir, es todo lo que sé hacer en ese momento. Paso a ser un animal, una inútil, que sólo sabe coger, o ser cogida; no me interesa nada más que este presente gozoso, brutal, increíblemente importante. Sólo quiero seguir, seguir, seguir hasta caer rendida, hasta enchastrar todas las sábanas, todo el cuerpo, todo el planeta que es sólo esta cama.

Hasta que naufrago en un mar de humo dulce y olores fuertes. Hasta que me duermo, agotada, desnuda y aún mojada, en un pasado de grandes recuerdos.

La histeria masculina

Todos y cada uno de los días de mi vida, milito en contra de la histeria. Es algo que me pone mal, me saca de quicio, me aleja de mis congéneres. Me parece una huevada y una estupidez. Una falta de responsabilidad, una chiquilinada. Pero, a pesar de esto, nunca escuché a nadie decir "Che, ¿no estamos grandes ya para andar histeriqueando...?".

Ayer estaba viendo un capítulo de Sex & the City (cuándo no), llamado "Are we sluts?". En él, las chicas se preguntaban si acaso pueden ser consideradas como putas. Carrie porque quería acostarse con Aidan (recién empezaban a salir). Miranda porque contrajo clamidia y tuvo que llamar a todos los tipos con los cuales se acostó para prevenirlos. Charlotte porque estaba saliendo con un tipo que cuando acababa le gritaba "You fucking bitch! You fucking whore!". Samantha, claramente, ni se lo preguntaba...

Yo me he hecho esa pregunta muchas veces, porque me pasa lo mismo que a ellas. Si me gusta un chabón, y a él también, le doy para adelante. No tengo problemas en hacerlo en la primera cita. Admito que también he pensado que quizás eso explica por qué no tengo novio (no, no tengo). Pero más allá de eso, no lo hago porque no me gusta la histeria. No - la - soporto. Me parece una gran irresponsabilidad. Y detesto a la gente irresponsable.

Quiero que los hombres entiendan eso de mí. El mensaje es claro: "Yo no te voy a histeriquear". Si tenés ganas vos también, palo y a la bolsa. Concretemos. Saquémonos las ganas. Ponele el nombre que quieras. Pero man... ¿vos me vas a histeriquear a mí?...

Lo cierto es que en mis cruzadas en contra de la histeria, me he llevado la poco grata sorpresa de que, oh caramba!, también existe la histeria masculina. Afortunadamente no me la he cruzado demasiadas veces. Pero existe. Algunos hombres... no sé qué les pasa. ¿Se sienten atropellados ante una mujer sin prejuicios sexuales? ¿Prefieren una que les dé más vueltas que una calesita? ¿O acaso la histeria, eso de lo que tanto se quejan, los excita de alguna forma?...

Yo no necesito de la histeria para seducir. Tengo mis propias armas, que excluyen métodos indeseables. No me hace falta ser una pelotuda para calentar a un tipo.

Pero se ve que eso a veces juega en contra. Algunos se asustarán. Otros se sentirán sobrepasados. Otros preferirán tener la situación bajo control, o la agenda llena y miles de motivos super válidos.

Pero lo cierto es que la histeria masculina me deserotiza completamente. Me hace perder el interés. Un hombre que no tiene los huevos para hacerse cargo de lo que dice, pasa a ser un sujeto asexuado en mi cerebro. Una ameba flotante, una pequeña hormiga electrónica, un eunuco analfabeto.

Tengo muy en claro qué espero de los hombres. Y la verdad, después de tantas malas experiencias, he llegado a esperar bastante poco. Si un hombre se llena la boca con frases que yo quiero escuchar (sin que yo se las diga, se entiende), me excita, y me excita muchísimo. Me infunde deseo, dispara mi imaginación erótica, me tiene noches enteras tocándome pensando en él. Pero si después no me trata como me merezco, pierdo todo interés. Toda motivación. Y toda la cachondez.

Afortunadamente, tengo la autoestima lo suficientemente alta como para hincharme los ovarios. El deseo no es sólo palabras y postergaciones. Es una práctica, una acción, un conjunto complejo y filmable. Si alguien me desea, que me lo diga. Pero que también lo demuestre. Sino, que ni hable.


Ya lo dice el dicho.
El pez por la boca muere.

¿Promiscua, yo?

  1. adj. [Persona] que mantiene relaciones sexuales con varias personas.
Según Word Reference, esa es la definición de promiscuo/a. Es decir que, según Word Reference, yo vendría a ser una persona promiscua. Pero... ¿qué es la promiscuidad? Para mí la definición se queda corta. ¿Acaso es tener sexo con todas las personas que desees? ¿O tener sexo con ellas, aún sin desearlas?

Para mí la promiscuidad es la muerte del erotismo. Es concebir al otro como un simple portador de órganos sexuales (genitales, ano, boca, manos...). Ni siquiera verlo como un cuerpo entero, porque un cuerpo implica una persona, y una persona implica subjetividad. Es la objetivación total de un hombre o una mujer.

Para alguien promiscuo, no existe la sensualidad, ni el erotismo, ni el deseo. Sólo una calentura que toma el control de nuestro cuerpo y nuestra cabeza, y nos desata de todas las amarras de la responsabilidad (por lo general, la gente promiscua entiende la responsabilidad como una carga, cuando al menos yo la entiendo como la verdadera libertad). Porque si el otro no es una persona, sino una chota que comer o una boca donde acabar, se termina todo el placer. Así nomás lo digo. Lo hermoso del sexo es la intimidad más profunda que se puede compartir con alguien; es la conexión entre dos personas enteras (cuerpo, mente y sentimientos) más íntima que se puede encontrar.

Pero si el otro es sólo un medio para satisfacer un fin, se objetiviza, se pueriliza al sexo y al placer. Siempre me dio mucha impresión el túnel de Ameri-k. No por el hecho de que haya muchas personas teniendo sexo en el medio de un boliche. Sino por el hecho de que ninguna de esas personas (o la mayoría) está relacionándose con la otra: sólo se están utilizando mutuamente, ni siquiera para gozar, sino para acabar (fetichizando al orgasmo a más no poder).

Claramente no me parece "mal" que la gente tenga mucho sexo. Viniendo de mí, sería algo demasiado caretón. Cada cual de su culo una flor, dicen. Simplemente me parece una puerilización del sexo. El deseo, mi deseo, no es genérico ni orgánico: es construido con seducción. Con palabras correctas en momentos precisos, con miradas llenas de sal y roces sugestivos. No me gusta que me cojan porque "están calientes", quiero que me cojan porque están calientes conmigo. Si se personifica el deseo, se lo vuelve único. Se transforma una pieza de colección en la estantería de recuerdos eróticos.

No estoy dispuesta a que nadie me considere simplemente una cajeta. Y por eso, no veo a nadie como un instrumento que baje el nivel de calentura. Somos cuerpos, mentes y almas; somos personas completas, complejas, objeto y sujeto a la vez, de todos nuestros deseos.

Así que tratémonos como nos lo merecemos.

Un amigo

Ya he dicho antes que M. no es exactamente un lúcido. En realidad no pasa por una cuestión de lucidez. Es más bien muy colgado. Y bastante incomprensible. Pero vayamos por partes.

Es imposible entender mi relación con M. si no se tiene en cuenta a F. F. es mi mejor amigo. Pero mejor amigo de verdad. Es uno de los hombres de mi vida, desde hace años, y seguirá siéndolo (ya sabe que será el padrino de mis hijos). Pero bueno, a través de F. lo conocí a M. Y nos hicimos grandes amigos. Somos como un trío de sitcom. Es por eso que es tan raro lo que tenemos M. y yo. Porque somos, de verdad, muy pero muy amigos. Amigos, que, ocasionalmente, también tiene muy buen sexo con amor. Pero que jamás hablan del tema.

Hace más o menos un año y medio que, por períodos, nos acompañamos en la cama. Sin motivos ni preguntas ni palabras. Sin nada más que buen sexo y cariños posteriores. De repente comienza a saludarme con un beso en los labios, y entiendo que estamos en una etapa erótica. Luego de algún tiempo (completamente arbitrario e indefinido), sin razón aparente, volvemos a la "normalidad". Aunque ya hace tanto que hacemos esto, que nada puede calificarse de normal.

Lo más loco es que never in the puta life hemos hablado del tema. Jamás. Nunca hubo un plateo de ninguno de los dos sobre "qué somos", "qué te pasa conmigo", o "hacia dónde vamos". Él mantiene riguroso silencio masculino. Yo me coso los labios porque así como estamos somos felices, y creo que cualquiera de estos planteos podrían arruinarnos completamente. Pero díganme la verdad... es raro esto, ¿no?

Admito que M. me derrite. Me encanta. Está tan, pero tan bueno. Es de esos pocos hombres que físicamente me vuelan el deseo. Cada vez que lo veo, lo primero que pienso es "Qué lindo que está!". Y en cima se viste muy bien. De modo que me compra sin pagar.

Me encanta poder desnudarlo y saborearlo lentamente. Como no es muy seguido, cuando se da disfruto cada bocado. Engullo su cuerpo como a un manjar sutil y aterciopelado. Abro los ojos de par en par, y lo veo, confirmando que sí es él, otra vez él, él que tanto me derrite y que tan pocas veces puedo devorar. Por eso aprovecho al máximo cada vez que puedo gozar de ese cuerpo erótico e inflamable.

Por algún motivo que quizás descubra con mi analista, no le había contado a M. que estaba de novia. Igual supongo que de algunas conversaciones con F. lo habrá entendido. Por ende, tampoco le conté cuando corté. Pero, asombrosamente, mientas estuve con N. no pasó nada entre nos. ¿Coincidencia? Quién sabe.

Lo cierto es que el otro día, tirados en mi cama, fumados, y con F. durmiendo al lado, simplemente lo agarré de la mano. Fue sólo eso. El mínimo contacto con su piel siempre me excita de manera vergonzosa. Instantáneamente comenzó a acariciarme la palma, lento, tanteando. Un hormiguero explotó entre mi entrepierna y mis dedos.

Lo miré.
Me miró.
Con sus ojos dijo "Yo también".

Y se abalanzó sobre mi cuerpo.

Himno al amor

No sólo releer sus mails me recordó el amor.

También lo hizo una película. Más precisamente, una cantante.

Hace unos días vi, finalmente, La vie en rose: la historia de Edith Piaf. Una mujer que amó cada día de su vida, y al amor le cantaba siempre.

En una escena, una periodista joven la entrevista en la playa con preguntas concisas y rápidas:

Periodista
Si pudiera decirle algo a una mujer,
¿qué le diría?

Edith Piaf
Que ame.

Periodista
¿Y a una jovencita?

Edith Piaf
Que ame.

Periodista
¿Y a una niña?

Edith Piaf
Que ame.

Su mensaje me llegó al corazón. Me aferró a mi tibio y reciente recuerdo. No lo quise soltar. No lo quiero soltar. Quiero abrazarlo y protegerlo, como a un cachorro desdentado y ciego. Es un recuerdo débil. Pero es lo único que tengo.

Para quienes no han tenido el placer de escucharla, aquí les dejo su Hymne à l'amour. Y una pequeña lista de links a videos de ella en YouTube (cada día aprendo a usar mejor Blogger).

EDITH PIAF
Hymne à l'amour




Le ciel bleu sur nous peut s'effondrer
El cielo azul puede caerse sobre nosotros
Et la Terre peut bien s'écrouler
y la Tierra puede también colapsar
Peut m'importe si tu m'aimes
poco me importa si me amas,
Je me fous du monde entier
me burlo del mundo entero.

Et tant que l'amour inondera mes matins
Y mientras el amor inunde mis mañanas,
Et tant que mon corps frémira sous tes mains
y mientas mi cuerpo tiemble bajo tus manos,
Peut m'importent les problèmes
poco me importan los problemas,
Mon amour puisque tu m'aimes
mi amor, desde que me amas.

J'irai jusqu'au bout du monde
Iría al fin del mundo,
Je me ferai teindre en blonde
me teñiría de rubia,
Si tu me le demandais
si me lo pidieras.

J'irai décrocher la Lune
Bajaría la luna,
J'irai voler la fortune
robaría una fortuna,
Si tu me le demandais
si me lo pidieras.

Je renierai ma patrie
Renegaría de mi patria,
Je renierai mes amis
renegaría de mis amigos,
Si tu me le demandais
si me lo pidieras.

On peut bien rire de moi
Se pueden reir de mí,
Moi je ferai n'importe quoi
yo haría lo que sea,
Si tu me le demandais
si me lo pidieras.

Et si un jour la vie t'arrache à moi
Y si un día la vida te arranca de mí,
Si tu meures que tu sois loin de moi
si mueres y estuvieras lejos de mí,
Peu m'importe si tu m'aimes
poco me importa si me amas,
Car moi je mourrai aussi
porque yo moriría también.

Et nous aurons pour nous l'éternité
Y tendremos para nosotros la eternidad
Dans le bleu de toute l'immensité
en el azul de toda la inmensidad,
Dans le ciel plus de problèmes
en el cielo no hay problemas,
Mon amour crois-tu qu'on s'aime
Mi amor, creés que nos amamos.

Dieu réune y ces qui s'aime.
Dios reúne a los que se aman.

***

Los habrá aquellos a los que les parezca trillada, vacía, incluso tonta.


Yo la encuentro simplemente perfecta.



The wake

Debo admitirlo. Había olvidado qué es el amor.

He andado perdida entre sábanas manchadas y fantasías desinteresadas. Vagabundié entre los hombres, como una sombra roja y perfumada, eligiendo, capturando, engulliendo. Como una vampiresa sedienta y despreocupada, dejaba lagos de sangre sobre los adoquines, olvidaba a mis víctimas y me entregaba a mis victimarios durante una noche. Me emborrachaba de sexo, para luego anotar un teléfono en la agenda del celular que sabía que no iba a volver a buscar. Ni él a mí.

No uso mis metáforas inocentemente. Realmente andaba en esa. Y me satisfacía. Aunque dentro mío hubiera un pequeño agujero negro que lentamente me consumiera, había decidido no prestarle atención. ¿Qué otra cosa podía hacer? Había dejado al amor de mi vida, había conocido Europa y mi carrera universitaria recién iba por su primer año. Ya encontraría el amor. O no. Pero no era motivo de preocupación.

Esto fue hace ya más de un año y medio. Desde entonces mi vida sexual floreció y muchas cosas cambiaron. Pero algo se mantuvo constante. Seguía sin reencontrarme con el amor.

Tanto tiempo pasó, que lo había olvidado. Me encerré en mi sexualidad y en mi autoconstruida madurez. Para luego encapricharme con Y., y derrumbar mi autoestima. Me engaché tontamente, estúpidamente, de esa forma estúpida y dañina que tenemos las mujeres de engancharnos a veces. Salí muy maltrecha de esa relación. Aunque, eso sí, sólo una vez tuve mejor sexo en mi vida que con Y. Pero, si no me amaba... ¿de qué me podía servir?

Mi confianza en los hombres se vio, entonces, reducida a cero. "No espero nada de ellos", me convencí. Como si eso fuera a protegerme de las decepciones. Hace poco entendí que por más que no espere nada, pueden decepcionarme (y lastimarme) igual. Incluso más profundamente. Porque si buscara algo real, no me metería en las cagadas que me estaba metiendo. Ni me interesaría por los pelotudos que me suelo interesar.

He estado pensando mucho en esto. ¿Por qué sigo sin conocer a un hombre que me enamore? ¿Acaso pido mucho? ¿O demasiado poco? ¿No será, simplemente, que he olvidado lo que es el amor...?

***

Hace un tiempo que mi viejo amor volvió a asomarse en mi memoria. Fue calando rendijas en la pared de titanio que recubría sus recuerdos. De repente me encontraba hablando de él, o pensando en él. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué hacía ÉL ahí? ¿Quién lo llamó?...

Hace un año que no lo veo, y sus noticias son ecos que recolecto entre amigos en común. No desperdicio oportunidad de preguntar cómo está. Eso sí, nunca a él...

El otro día chateando con una amiga se lo confesé. Me preguntó si nunca había tratado de contactarme con él. Le conté que hacía un tiempo le había mandado un mail y no había recibido respuesta. Para probarlo, entré en mi bandeja de enviados y empecé a buscar el mail.

No lo encontré.
Me desesperé.

Comencé a revisar correo por correo, convencida, convencidísima como estaba de que lo había mandado. Todo fue inútil. No estaba.

Pero en su lugar, encontré el mayor tesoro que puede haber.

Allí estaban, ordenaditos, todos los mails que nos mandamos mientras fuimos novios.
Mientras tuvimos ese amor incandescente que me hizo arder durante un año y medio sin parar ni un segundo a respirar. Fue tan simple que hoy me asustaría sentir algo así. Sencillamente lo supimos. Caímos rendidos de rodillas ante el otro, nos abrimos todas las ventanas y nos derribamos todos los muros. La luz ardía en mi corazón que no era mío sino suyo; en mi vida que no era mía, sino nuestra. Nos admirábamos y confiábamos, nos abrazábamos sin darnos cuenta.
Incluso nuestros sobrenombres cariñosos (esos recubiertos de almíbar) eran sólo nuestros. Y de nadie más.

Me pasé una noche en vela releyendo todos los correos. Incluso los de después de terminar, que dejaron un sabor amargo en la retina. Pero que aún así, no pudieron volver a dormir a algo que se había despertado. No pudo callar al amor, que volvió a gritar adentro mío; que volvió a moverse, a electrizarse, a bombear mi corazón.

Y recordé.

Recordé todo junto.