No se trata sólo de elegir un co-protagonista. Se trata de escribir su historia. Me gusta que mis fantasías sean reales, posibles. Pausibles de suceder.
Tomemos un ejemplo X, y hagámoslo masculino. Me imagino bajo qué circunstancias podría encontrarme con X: si me lo cruzo en la facultad, si nos encontramos casualmente en Gorriti y Scalabrini Ortiz, o si me invita a su casa a ver unas pelis y tomar cerveza. Me apasiona detallar cómo se va desarrollando el clima: la tensión sexual, el deseo tácito en las palabras, los posibles roces. Puede ser sutil, discreto, que la corriente vaya fluyendo hasta la cama; o puede ser crudo, autopístico, voraz. Depende del co-protagonista, y de ganas de qué tenga esa noche. A veces me toco pensando en abrazos de algodón, y a veces me atan contra un árbol de corteza.
Anoche tuve una nueva que me encantó. La comparto con ustedes:
Me vi en su depto (deconocido, imaginado), en el living precisamente. No sé cómo llegamos ahí. Tampoco importa. En algún momento se va a la cocina, a buscar más vino según mi guión. Ese es el punto clave en el que mi soledad momentánea me hace un click de deseo y decisión. Cuando vuelve, me ve parada de frente, mirándolo a los ojos, y como él es como yo quiero y no como es, entiende y se queda quieto. Devolviéndome la mirada, expectante y paciente.
SECRETA PORTEÑITA
Quedáte ahí...
Quedáte ahí...
Lentamente, comienzo a desnudarme. Él no me quita los ojos de en cima. Yo juego con la mirada; a veces se la clavo, a veces me distrae algún cierre relámpago, o un botón. Él tiene todavía la botella en una mano, cerrada, y el destapador en la otra. Yo me bajo el pantalón, me desabrocho la blusa (siempre es conveniente tener blusa en las fantasías), y sigo mirándolo. El silencio reina detrás de algún jazz que suena.
El corpiño desabrochado pende de mis hombros, inerte. Bajo los brazos y se resbala. Entre mi desnudez y yo sólo quedan las bragas. Me las bajo hasta las rodillas, me incorporo y, siempre fijándome en sus ojos, flexiono una para sacarlas.
Sólo queda el gancho en mi pelo de rodete de secretaria. Finalmente libre, la cortina indomable me cubre los hombros, y ahí sí que nos miramos largo y tendido. Él con vino y ropa, yo desnuda y blanca, salvo por mi pulsera de plata brillando en el jazz. A tres metros del otro.
Hay algo en mi desnudez y en la ropa del otro que me excita mucho. Quizás sea el propio cuerpo como un objeto de deseo de uno mismo. Quizás sea el desbalance de poder que implica. Quizás, la protección que puedo esperar del otro al verme tan vulnerable. No lo sé. Sólo sé que mientras él deja la botella de vino y el destapador sobre la mesa, y se acerca, las gotas de placer recorren mi entrepierna.
¿Y después?...
Aaah, bueno...
Yo ya hice mi jugada.
Supongo que el resto lo tendrá que descubrir.