El lunes estaba viendo la semanal e imperdible maratón de Sex & the City por Cosmopolitan, cuando mi mamá finalmente dejó el teléfono y decidió arrimarse al bochín. Cuando se dio cuenta de qué programa estaba viendo, arrancó una de las conversaciones más interesantes con mi madre en mucho tiempo.
No es la primera vez que defiendo este programa a capa y espada. He tenido varias discusiones sobre este tema, con hombres y con mujeres, a favor y en contra. Pero yo nunca cedo ni un centímetro. No con Sex & the City.
Para quienes no lo saben, he aquí el argumento: cuatro amigas neoyorquinas cristalizan distintos aspectos de una mujer, sin caer en estereotipos: la susanita obsesionada por su final feliz (Charlotte), la profesional y cínica, algo insegura de su belleza (Miranda), la fiera sexual y frívola (Samantha), y la protagonista, Carrie, sintetiza las tres vidas. El programa gira en torno a sus conversaciones, sus aventuras en la cama (o en cualquier lado apto para un polvo), y sus amores y desamores. Y es que el tema, justamente, no se agota en el sexo: refleja la importancia de un saludable desarrollo de la sexualidad femenina, pero no cae en promiscuidades. Las mujeres, como dice en el primer capítulo, podemos tener sex like a man, pero también nos pasan muchas otras cosas. Nos gusta vernos lindas, y por eso nuestras chicas se visten tan envidiablemente bien. Nos agarra el zsa zsa zsu (las mariposas) cuando conocemos a un hombre del que creemos que nos podemos enamorar. Nos quejamos de que no pueden comprometerse, pero cuando nos proponen matrimonio lo rechazamos. Vamos de tacos aguja al Carrefour, pero adoramos los joggins y remeras de algodón para ver películas en la cama. Nos gusta estar flacas, pero somos sacerdotizas del chocolate.
Hay mujeres que lo ven como un programa falso. No puede ver nada detrás de su estética glamorosa y newyorkina. Argumentan desde el materialismo: a quién le puede importar qué carajo les pasa a cuatro yanquis que se gastan U$S400.- en un par de Manolo Blahnik, comen todos los jodidos días afuera y coleccionan vibradores. No sólo no pueden dejar de ver las condiciones socioeconómicas del programa, sino que es todo lo que ven. El hecho de que "tienen plata" impregna toda la serie, es cierto, pero para estas argumentadoras opaca todo contenido. El fabuloso vestuario y la peluquería les nubla la vista y les cierra los oídos, en lugar de decorarlos y deleitarlos.
Algunos hombres lo ven como un programa feminista (como si éste fuera motivo suficiente para que sea malo). ¡Y claro que es feminista! Porque es una serie narrada desde un punto de vista exclusivamente femenino. Hasta los personajes masculinos, creo yo, son reflejos del imaginario femenino. Mr. Big es el hombre perfecto, con todo lo malo que eso significa. Aidan también es, a su manera, el hombre perfecto, pero es la contracara de Mr. Big. Lo que Aidan tiene de bueno es lo que Big tiene de malo, y viceversa. Ambos son hermosos. Ambos son hombres, y como tales, nos dice Carrie, en realidad son imperfectos.
Más allá de este ejemplo, insisto: Sí, Sex & the City es un programa feminista, por el simple hecho de plantearse desde el género femenino como elección discursiva. Y eso, caballeros, no tiene nada de malo.
Mi mamá simplemente no pueden escuchar a cuatro mujeres hablar tan explícitamente de sexo. Samantha es el paradigma de la vergüenza ajena. Hace y dice todo lo que nos cuesta hacer y decir a las mujeres. Es el personaje más conectado con su cuerpo y su deseo. Y sin embargo, eso no la exime de autojuzgarse en algún capítulo que otro, cuando le rompen en corazón.
Sex & the City es una propuesta en paquete. Hay que comprender que sus múltiples contenidos son algo que tenemos que tomar en conjunto para poder disfrutarlo. El exquisito vestuario de Patricia Field no serviría de nada sin las eternas dudas de Carrie, los polvos improvisados de Samantha, la adorable inocencia de Charlotte o la imperdible acidez de Miranda. Y viceversa. Sex & the City es el todo: es los zapatos, las pijas y las tetas, los amigos gays, las lágrimas por rupturas, los cuernos y la peluquería. Es un universo femenino detallado y salpimentado con mucho humor.
Más allá de las barreras geográficas, idiomáticas, generacionales, o de clase, Sex & the City es un programa sobre mujeres en la agobiante vida de una gran ciudad.
Aunque con menos plata y glamour, y algunos kilos de más, eso soy yo.
Y eso somos todas las porteñitas de nuestra Gran Manzana latinoamericana.
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miércoles, agosto 12, 2015
La histeria masculina
Todos y cada uno de los días de mi vida, milito en contra de la histeria. Es algo que me pone mal, me saca de quicio, me aleja de mis congéneres. Me parece una huevada y una estupidez. Una falta de responsabilidad, una chiquilinada. Pero, a pesar de esto, nunca escuché a nadie decir "Che, ¿no estamos grandes ya para andar histeriqueando...?".
Ayer estaba viendo un capítulo de Sex & the City (cuándo no), llamado "Are we sluts?". En él, las chicas se preguntaban si acaso pueden ser consideradas como putas. Carrie porque quería acostarse con Aidan (recién empezaban a salir). Miranda porque contrajo clamidia y tuvo que llamar a todos los tipos con los cuales se acostó para prevenirlos. Charlotte porque estaba saliendo con un tipo que cuando acababa le gritaba "You fucking bitch! You fucking whore!". Samantha, claramente, ni se lo preguntaba...
Yo me he hecho esa pregunta muchas veces, porque me pasa lo mismo que a ellas. Si me gusta un chabón, y a él también, le doy para adelante. No tengo problemas en hacerlo en la primera cita. Admito que también he pensado que quizás eso explica por qué no tengo novio (no, no tengo). Pero más allá de eso, no lo hago porque no me gusta la histeria. No - la - soporto. Me parece una gran irresponsabilidad. Y detesto a la gente irresponsable.
Quiero que los hombres entiendan eso de mí. El mensaje es claro: "Yo no te voy a histeriquear". Si tenés ganas vos también, palo y a la bolsa. Concretemos. Saquémonos las ganas. Ponele el nombre que quieras. Pero man... ¿vos me vas a histeriquear a mí?...
Lo cierto es que en mis cruzadas en contra de la histeria, me he llevado la poco grata sorpresa de que, oh caramba!, también existe la histeria masculina. Afortunadamente no me la he cruzado demasiadas veces. Pero existe. Algunos hombres... no sé qué les pasa. ¿Se sienten atropellados ante una mujer sin prejuicios sexuales? ¿Prefieren una que les dé más vueltas que una calesita? ¿O acaso la histeria, eso de lo que tanto se quejan, los excita de alguna forma?...
Yo no necesito de la histeria para seducir. Tengo mis propias armas, que excluyen métodos indeseables. No me hace falta ser una pelotuda para calentar a un tipo.
Pero se ve que eso a veces juega en contra. Algunos se asustarán. Otros se sentirán sobrepasados. Otros preferirán tener la situación bajo control, o la agenda llena y miles de motivos super válidos.
Pero lo cierto es que la histeria masculina me deserotiza completamente. Me hace perder el interés. Un hombre que no tiene los huevos para hacerse cargo de lo que dice, pasa a ser un sujeto asexuado en mi cerebro. Una ameba flotante, una pequeña hormiga electrónica, un eunuco analfabeto.
Tengo muy en claro qué espero de los hombres. Y la verdad, después de tantas malas experiencias, he llegado a esperar bastante poco. Si un hombre se llena la boca con frases que yo quiero escuchar (sin que yo se las diga, se entiende), me excita, y me excita muchísimo. Me infunde deseo, dispara mi imaginación erótica, me tiene noches enteras tocándome pensando en él. Pero si después no me trata como me merezco, pierdo todo interés. Toda motivación. Y toda la cachondez.
Afortunadamente, tengo la autoestima lo suficientemente alta como para hincharme los ovarios. El deseo no es sólo palabras y postergaciones. Es una práctica, una acción, un conjunto complejo y filmable. Si alguien me desea, que me lo diga. Pero que también lo demuestre. Sino, que ni hable.
Ya lo dice el dicho.
El pez por la boca muere.
Ayer estaba viendo un capítulo de Sex & the City (cuándo no), llamado "Are we sluts?". En él, las chicas se preguntaban si acaso pueden ser consideradas como putas. Carrie porque quería acostarse con Aidan (recién empezaban a salir). Miranda porque contrajo clamidia y tuvo que llamar a todos los tipos con los cuales se acostó para prevenirlos. Charlotte porque estaba saliendo con un tipo que cuando acababa le gritaba "You fucking bitch! You fucking whore!". Samantha, claramente, ni se lo preguntaba...
Yo me he hecho esa pregunta muchas veces, porque me pasa lo mismo que a ellas. Si me gusta un chabón, y a él también, le doy para adelante. No tengo problemas en hacerlo en la primera cita. Admito que también he pensado que quizás eso explica por qué no tengo novio (no, no tengo). Pero más allá de eso, no lo hago porque no me gusta la histeria. No - la - soporto. Me parece una gran irresponsabilidad. Y detesto a la gente irresponsable.
Quiero que los hombres entiendan eso de mí. El mensaje es claro: "Yo no te voy a histeriquear". Si tenés ganas vos también, palo y a la bolsa. Concretemos. Saquémonos las ganas. Ponele el nombre que quieras. Pero man... ¿vos me vas a histeriquear a mí?...
Lo cierto es que en mis cruzadas en contra de la histeria, me he llevado la poco grata sorpresa de que, oh caramba!, también existe la histeria masculina. Afortunadamente no me la he cruzado demasiadas veces. Pero existe. Algunos hombres... no sé qué les pasa. ¿Se sienten atropellados ante una mujer sin prejuicios sexuales? ¿Prefieren una que les dé más vueltas que una calesita? ¿O acaso la histeria, eso de lo que tanto se quejan, los excita de alguna forma?...
Yo no necesito de la histeria para seducir. Tengo mis propias armas, que excluyen métodos indeseables. No me hace falta ser una pelotuda para calentar a un tipo.
Pero se ve que eso a veces juega en contra. Algunos se asustarán. Otros se sentirán sobrepasados. Otros preferirán tener la situación bajo control, o la agenda llena y miles de motivos super válidos.
Pero lo cierto es que la histeria masculina me deserotiza completamente. Me hace perder el interés. Un hombre que no tiene los huevos para hacerse cargo de lo que dice, pasa a ser un sujeto asexuado en mi cerebro. Una ameba flotante, una pequeña hormiga electrónica, un eunuco analfabeto.
Tengo muy en claro qué espero de los hombres. Y la verdad, después de tantas malas experiencias, he llegado a esperar bastante poco. Si un hombre se llena la boca con frases que yo quiero escuchar (sin que yo se las diga, se entiende), me excita, y me excita muchísimo. Me infunde deseo, dispara mi imaginación erótica, me tiene noches enteras tocándome pensando en él. Pero si después no me trata como me merezco, pierdo todo interés. Toda motivación. Y toda la cachondez.
Afortunadamente, tengo la autoestima lo suficientemente alta como para hincharme los ovarios. El deseo no es sólo palabras y postergaciones. Es una práctica, una acción, un conjunto complejo y filmable. Si alguien me desea, que me lo diga. Pero que también lo demuestre. Sino, que ni hable.
Ya lo dice el dicho.
El pez por la boca muere.
Escrito por
Porteñita Secreta
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