miércoles, agosto 12, 2015

Mini revival

Woops. Republiqué todos los borradores y quedaron con la fecha de hoy, en vez de con la original.

¯\_(ツ)_/¯

¿Sigue alguien por acá?

Rodeada

Y si no escribo durante mucho tiempo me pregunto, se rompe la narrativa? ¿Me importa?

Es difícil mantener un blog sobre sexo cuando venís cogiendo poco. 

Gonzalo tiene sabor a poco. No hay fidelidad pactada, más bien al contrario. Cuando empezamos a salir él tenía novia y amante. Siempre me pareció ridículo pretender su fidelidad.

Sin contar la mía, no? Gonza no me inspira fidelidad. No me satisface por completo. Y no hablo de sexo. No solamente, al menos.

Tengo muchas necesidades emocionales que él solo no satisface. Salir. Charlar. Cenar. Estimularme intelectualmente. Producirme curiosidad. 

Enseñarme.

Gonza será un amor, pero es un amor joven, primerizo. Light. Un amor que acompaña, cotidiano, abrazable. Es un lindo amor. Pero no es suficiente.

De modo que sigo saliendo con señores, a otros lados, a no coger. Porque, como escribí, vengo cogiendo poco.

La estrategia "no avanzar", les diré, es revolucionaria. No sólo fue la que permitió mi relación con Gonzalo, el punta pie inicial, la piedra fundacional que construyó mi yo no-puta. Es también el paraíso del poder femenino, la amable manipulación masculina. Una sonrisa bien puesta y es lo mismo que agarrarlos de la pija y llevarlos a donde quieras.

He dejado de avanzar a los hombres para dedicarme a la good old coquetería.

Coqueta ando, entonces, rodeada de machos. He tenido varias citas, por así decirlo, que no acercaron las pieles pero me hicieron reir. Me gustan mucho los hombres. Me gusta verlos, escucharlos, compartir momentos, no sólo tocarlos. Me gustan.

Me gusta rodearme de hombres.

De modo que salgo a tomar una birra, a compartir un porro o a pasear del brazo de otros señores. Hay uno en particular que me gusta mucho. 

Es un señor grande, de la edad de León. Solterón, dos ambientes, dos gatitos incluidos. 

Un cuento de Navidad

Hoy imaginé una historia inspirada en Un cuento de Navidad de Charles Dickens en la que los fantasmas, en lugar de venir de la Navidad del pasado, del presente y del futuro, venían de los amantes. Los amantes del pasado, del presente y del futuro. Era una buena historia. Me daba la excusa para volver a escribir sobre Jack, sobre M., sobre tantos que ya he escrito y quizás alguno que todavía no.

El fantasma de los amantes del pasado era corpóreo pero intocable. Cambiaba de rostro y de cuerpo mientras me hablaba sin parar, repitiendo frases que olvidé y que recuerdo, y algunas que imaginé y creo haber oído. Algunos amantes duraban más, y hablaban menos - el legendario no dijo nada, sólo me miró a los ojos un buen tiempo.

Los fantasmas de los amantes del pasados, por supuesto, eran dos. Uno alto y mayor, fuerte y poderoso que me lastima y me libera o me liberaba. Otro hoy ausente, lejos, lo más lejos que puede estar de mí dentro del planeta Tierra, en quien pienso, a quien extraño y empecé a querer.

Pero después pensé, cómo escribir los fantasmas del futuro? ¿Cómo, si ni siquiera tengo resueltos los de presente?

León me llena de dudas. Algo en mí se está alejando de la sumisa. No sé qué es. Pero no tengo ganas.



Recordé que el cuento de Dickens tiene una poderosa moraleja como sostén.
¿Es acaso el sexo la única forma que conozco hoy por hoy para relacionarme con los hombres? Últimamente esta pregunta golpea a mi puerta con demasiada frecuencia. Y dado que la única técnica que cdomino para lidiar con las preguntas es escribiendo sobre ellas, a escribir me dispongo.

Desde que mi útlimo amor terminó no pude volver a disfrutar de mis encuentros casuales con auspiciantes masculinos. No fue debido a la falta de talento de mis compañeros de aventuras ni a la ausencia de orgasmos propios; al contrario, mis amantes (nuevos e históricos) no han disminuido su capacidad de hacerme manchar las sábanas. Es un cambio puramente personal.

Ya no siento emoción ante la perspectiva de un hombre desnudo. Aprendí que una vez libres de ropa todos los hombres se ven iguales. Incluso puedo adivinar la desnudez bajo las ropas. Ya no me genera la irresistible curiosidad de antes descubrir los secretos que esconde la indumentaria. Somos todos iguales, y a la vez unico. En otros tiempos era esa irremplazabilidad lo que me llamaba a desnudarlos; hoy, la sensación de totalidad vuelve predecible cualquier sorpresa.

Hace un año me coronaron sacerdotiza del culto al falo. Amaba al miembro masculino por sobre todas las cosas. Poco en la vida me traía tanta felicidad como una linda y gorda poronga, bien hinchada y dura, lista para consumir.
Te esperé tanto tiempo
que perdí la cuenta de las horas
que pasé soñando con vos.
Supe que llegarías en otoño,
dorado de noche plata,
bañado en versos vacíos
que no logran decir
lo que intento.






Una mujer de 23



Hay cosas de mi vida que creo que, por más que las relate con la mayor cantidad de pruebas posible, siempre van a seguir sonando a cuento. Hay cosas que, simplemente, son increíbles. Y sobre todo, las que atañen a mi vieja.

Mi madre, creer o reventar, es una vieja hippie. Hippie de verdad. De las de antes, como la madre de la Agustina en Volver (de Almodóvar). Hace unos años me di cuenta cuánto se parece, en muchas cosas, mi vieja a Ewan McGregor en El Gran Pez.

En una de las situaciones más apenantes de mi vida, entre gritos, reclamos y lágrimas, escuché la frase "una mujer de 23". Hace tiempo que algo tan sencillo no se me quedaba tanto rato dando vueltas por mi cabeza. "Una mujer de 23", me repetía. ¿Pero... eso qué es? Analicémoslo por partes.

Hay quienes frecuentan frases como "una verdadera mujer", o "una mujer, no una minita". Este tipo de expresiones siempre me llamó la atención. Ser mujer es para estar personas, según entiendo yo, algo que se construye, algo que diferencia de sus congéneres a una sujeta en particular. Pero, ¿qué es ese algo que define a algunas como mujeres, y a otras como meros intentos o copias de? ¿Qué género queda para las "no mujeres"? Hombres no son... ¿mujeres tampoco?

Yo creo que todas somos mujeres. Todas tenemos nuestra dosis de histeria y neurosis diaria, tetas grandes o chiquitas, amigas locas y madres. No sólo la genitalia nos une. Con conchita nacemos todas (y algunas hasta deciden hacérsela), pero el ser mujer se construye. En esto estoy de acuerdo. La diferencia entre el punto de vista antes expuesto y el mío, es que todas llegamos a ser mujeres, pero distintas. Algunas se desarrollan muy jóvenes, mientras que otras siguen siendo niñas a pesar de tener hijos. Pero todas somos mujeres, desde algún momento. Aunque sea por los años.

Y entonces llegamos a la segunda parte de la frase. "De 23". No soy sólo una mujer, sino que soy una "de 23". ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué es una mujer de veintitrés? La diversidad de caminos me abruman. Hay tantos cientos de formas de serlo, que no existe una única respuesta. Tomemos dos ejemplos. En la facultad, arranqué la carrera al mismo tiempo que dos amigas. Una de ellas se recibe este año. La otra aún sigue cursando materias de segundo. Y ambas tienen 23. Cada una vive en su departamento, cuyo alquiler bancan sus padres desde alguna provincia lejana. Y por último, mientras que la más acelerada tiene un 0% de experiencia en el mercado laboral, la otra hace dos años que trabaja para una joyería.

Yo, por mi parte, sigo viviendo con mi vieja. No me recibo este año, pero tampoco estoy muy atrasada (digamos que voy por la mitad). Hace un par de años tengo una changuita fija por mes que me permite moverme por la ciudad, Laburé en algunas oficinas y demases pero nada que prosperase demasiado. Y así estoy.

¿Qué es entonces, hoy, ser una mujer de 23? ¿Es ser una mina independiente, universitaria, con trabajo de 9 a 18 y cursada de 19 a 23? ¿Es tener un novio hace dos años con el que planees mudarte cuando se termine su contrato de alquiler? ¿Es estar cursando un taller de títeres de guante y ofrecer cursos de clown en un centro cultural? ¿Es irte a vivir a Europa por un tiempo, laburando de camarera con el sueño de viajar y conocerlo todo? ¿Cuándo se termina la era del boludeo y empieza la de la responsabilidad? ¿Acaso no se dan de repente, sino más bien sigilosamente?

Una vez leí en algún lado que la muerte no es algo que nos toma por sorpresa un día, sino que más bien es como un ladrón que cada noche entra a tu casa y te va robando de a poco, hasta el día en que te das cuenta de que ya no te queda nada. De la misma manera, así, tan lenta y disimuladamente, que se recorre el camino hacia la madurez.

No tengo todas las responsabilidades. Tampoco todo el descontrol. Voy bailando carnavalitos por el camino que pueda elegir, buscando llegar a ser la mujer que quiero ser. Estudiando, fumando, trabajando, amando y escribiendo, defino día a día mi forma y mi edad. Quizás sea eso, y sólo eso, lo que es para mí ser una mujer de 23.

Mentiras y ficción


Para A. N.,
maestra.

Anahí llegó corriendo de la escuela a su casa, entusiasmada. Entró a los saltos por la escalera que daba a la calle, sonriendo. Tiró la mochila en un sofá del livin y entró corriendo a la cocina como un huracán. Adentro, su madre servía café y su padre lía el diario. Emocionada, la niña chilló:

-¿Adivinen qué? Mientras venía caminando desde la escuela me crucé con un elefante verde. Estaba parado en medio de la calle, con cara de confundido, y me pidió que le indicara la dirección de una esquina. Como quedaba de camino a casa, -explicó Anahí- vinimos caminando hasta acá juntos, conversando acerca de los vecinos y la escuela. Y después dobló en la próxima calle y desapareció.

La madre miró a la niña y sonrió, ausente. El padre, en cambio, bajó el diario lentamente, para mostrar unos ceños fruncidos. Por en cima de sus lentes, el hombre fijó sus ojos oscuros en la niña, que sonreía, expectante:

-¿De qué hablamos el otro día, Anahí? ¿Qué te enseñó papá...?

Anahí siguió sonriendo, pensativa. Desvió la mirada y permaneció calladita, concentrada en admirar las baldosas de la cocina y riendo en silencio.

-¿No te acordás?... Que no hay que decir...

-Que no hay que decir mentiras, papi! -recordó la niña.

-Es cierto. Y lo del elefante, Anahí, ¿no es una mentira? -escuadriñó el padre.

-No, papi, -respondió Anahí, sincera- eso es un cuento.