Mezcla de metalero y freak, con remera de Goku y botas de motoquero, tomaba cerveza en aquella fiesta de cumpleaños. No hablaba mucho, más bien lo contrario. Perfil bajo, digamos. Me gustaron su metro ochenta, sus manos grandes, su cara de chico bueno. Una presa ideal, a decir verdad. Llamémoslo George.
Era virgen cuando lo conocí.
Un chico tan lindo no merece ser virgen, pensé. Hay que hacerle el favor. ¿Por qué carga con ese blanco de jodas de sus amigos?... Muchos de ellos son más feos que Mr. Hyde. Pero él, tan bonito, con una espalda que adivinaba deliciosa, y un culo que rellenaba muy bien el jean, era virgen. La injusticia del universo materializada en un cumpleaños de verano.
No fue difícil seducirlo. Tampoco lo fue enamorarlo.
Al poco tiempo lo llamaba mi novio. Poco después dejé de llamarlo. "Tenías razón -fueron sus últimas palabras bañadas en lágrimas-, todo se termina".
Otro corazón roto en mi haber. Uno más y van... qué puedo hacerle. Perra de mí, poco tardé en revolcarme con otros, en ubicarlo en algún cajón de mi archivo amoroso, en olvidarlo. Creí que no tendría mayores consecuencias.
Hoy creo diferente.
Desde que nuestra historia terminó, no pude volver a sentir el sexo como antes. Algo se habrá quebrado dentro mío. Algo habrá germinado. Lo cierto es que desde entonces, el sexo me es... distinto. Menos intenso. Menos fantástico. Siempre pude disfrutar del sexo sin amor. Hasta George.
Mi teoría es que cargo con una maldición que lleva su nombre. No es gratuito romper un corazón virgen. George, quizás sin saberlo, me dejó maldita. Por puta. "No volverás a estremecerte de placer", me condena desde el pasado. ¿Hasta cuándo? No lo sé. No hay cura para las maldiciones irreversibles.
Quizás sea porque a él lo moldeé en la cama a mi gusto y semejanza. Dotado de una de las mejores pijas que he probado jamás, George supo hacerme feliz sólo con la punta de sus dedos. Lo amé y lo exprimí hasta que no tuve más amor para darle. Con el corazón ahogado en lágrimas, lo imagino rogando a su santo por que la perra que le cagó la vida no vuelva a disfrutar del sexo nunca más. Y su plegaria fue oída.
Desde entonces, deambulo entre mi cama y las ajenas como un fantasma cachondo, en la búsqueda de su placer perdido. No significa que ya no coja, ni que no pueda acabar. Todo sigue sucediendo como siempre, las porongas siguen entrando, pero ya no apagan el cerebro. Ya no me nublan la mente ni me sueltan las amarras de las neuronas. Ya no conozco el éxtasis que una vez supe frecuentar.
Quizás la solución se encuentre en ese acto que hace tanto ya no practico. Quizás la maldición desaparezca cuando haga el amor con el hombre al que ame.
O quizás no desaparezca nunca.
7 comentarios:
Amo esa manera tan frontal y sincera que tenes de confesar cosas... (rara frase...)
Sabes que te digo siempre...
Abrazo!
Quize decir... te SIGO siempre...
Exekiel: Gracias por tu aguante y tus comentarios. Si no comenta nadie siento que nadie lee...
@Porte: nada de pensar eso. Acá estoy, leyéndote.
No creo en maldiciones, pero ruego porque existan. Siempre quise deshacer alguna. ¿Notaste que la tuya es ligeramente similar a la de la bella durmiente?
Me devoré tu blog, entero, y quiero más.
@Gonzalo: No lo había notado, pero es una buena metáfora. ¿Seguiré cogiendo dormida hasta el beso de mi príncipe azul?
@Oscuro: Me alegro que lo disfrute. Paciencia, ya se viene más.
no se quien sos, ni que carajo haces pero me gusta como escribis...
saluttes...
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