Es difícil, muy difícil, lograr lo que lograste. Tenerme vibrando sin contacto, respirando con fuerza y los ojos a medio abrir. Tan cerca y tan lejos en la misma cama. La ropa se volvió una frontera inquebrantable entre mi deseo y tu voluntad. Mi piel, electrizada, lanzaba chispas de colores invisibles a tus ojos impenetrables. Me tenías regalada, entregada, absolutamente tuya para que tus brazos y su boca me poseyeran a voluntad. Pero cada segundo que pasaba te retificabas en tu distancia.
Sé que estabas tan excitado como yo. Podía sentir los gritos del aire a nuestro al rededor, alentándonos a dejarnos ir, entregarnos, proyectando mi propio deseo en el ambiente. Tu imponente dureza ponía a prueba tu fidelidad cada vez más cuestionada. A pesar de no sentirla, casi podía degustar tu erección incontrolable. Deseándola en mi interior, liberándome. Pero tus laberintos te mantenían a la distancia, y yo sufría por dentro y por fuera.
Así como estaba podrías haberme hecho acabar con tan sólo un beso en la clavícula. Estaba ante el abismo del orgasmo más hermoso. Creo que nunca había estado en una situación asi. Todos mis poros, mis milimetros dérmicos, cada terminación nerviosa de mi piel estaba directamente conectada a mi sexo. Presa de vos, te imploraba en silencio que por favor me tocaras, me liberaras de esta agonía previa inacabable. Creo que hasta susurré súplicas rebeldes a mi voluntad. Tus dedos apenas mimaban mi brazo, y yo me deshacía ante tus ojos. Pero yo sabía que no tenía esperanza. Algo había cambiado. Tus besos habían cambiado. Nunca es buena señal que los besos cambien.
Sin embargo, te incorporaste, y te acercaste a mí. Contuve la respiración y el tiempo se detuvo. No terminaba de adivinar si finalmente te habías abandonado a tus pulsiones eróticas, o si simplemente te habías apiadado de mi vibrante estado. Hoy creo que fue la segunda. Porque te acercaste, lento, paciente, y con una ternura inusitada empezaste a lamer mi cuello. Y el mundo colapsó. Exploté en un hongo atómico multicolor, gozosa, agradecida. Pero aún explorando mi escote te sentí controlado. Creo que fue un acto de piedad, cierto sentido de la responsabilidad te indicó que no correspondía no hacerte cargo de mi deseo, y cumpliste. Con lo mínimo indispensable, pero cumpliste.
Y de nuevo, la distancia. Con la entrepierna sumergida en un mar espeso de agradecimiento, te alejaste nuevamente. Comprendí que eso sería todo. Nos levantamos, nos miramos, y me dijiste que mejor era que te fueras. Acepté, triste, despedida. Y me abrazaste, confirmando mi certeza. Estabas más duro que una línea de cocaína haciendo efecto en un primerizo. Mientras disfrutaba del consuelo de sentirte, por un momento, a través de las ropas represoras, me pregunté cómo podías arrinconarte a vos mismo en tu propio laberinto. A lo largo de once años intenté ayudarte a buscar la salida. No me dejaste hasta ese día, no me ibas a dejar ahora.
Te acompañé hasta la puerta, y nos despedimos. Creo que por primera vez en la noche me miraste a los ojos por voluntad. Sonreiste, y me diste un beso divino, como los de antes. Y nos despedimos vaya a saberse hasta cuándo.
Lo que me molesta es haber tenido que tomar la decisión yo.
4 comentarios:
Guau amiga, que tema el de esta persona. Esta ardiente paciencia de la que fuiste presa espero que se acabe para bien.
Un abrazo muy grande para ti.
Me has dejado una terrible duda, esa frase suena terrible, horrible: "nunca es buena señal que los besos cambien"... y cómo lo advertimos? cómo sin que sea tarde?
Y sí, ojalá acabe para que algo mejor llegue y toque la puerta.
Me has dejado helado. Tal profundidad en tí misma. Hay momentos así, sin duda... Qué frio me has dejado.
Besos
Bonita historia de amor. A veces vale mas un buen beso que mil orgasmos para darse cuenta de quien esta detras del beso porque nunca nos preguntamos quien está detras de los orgasmos. Sigue escribiendo que con gusto te leere.
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