La puta se toma su tiempo en escribir las crónicas de nuestros encuentros. Eso está bien; quiere decir que le preocupa el detalle, como debe ser con todo buen sumiso. Eso no quita que no esté presionándola para ver qué escribe hasta el día en que finalmente publica, porque ese es mi rol, el rol acordado.
¡Ah, qué ganas tenía de azotar su enorme culo! Una suma de trasgresiones al código explícito-implícito de la sumisión por parte de la puta me habían dejado en ese estado, un gran estado para comenzar una sesión de juego en la que iba a intentar llevarla a algún extremo.
Que es lo que hacemos en el BDSM: explorar el límite; ahondar en eso que nos da un poco de miedo, miedo que la gran mayoría de las veces tiene que ver con nosotros mismos, y con nuestras taras.
Buscar un nuevo territorio para la sexualidad, en otras palabras. Trascender la cajita/molde en la que nos martillan desde el día uno. Y la puta quiere trascender, claro que sí. Quiere explorar, viajar, descubrir.
No será sorpresa si describo que la sensación de poder que como dominante me da ayudarla a descubrir esos rincones de su cabeza y su culo es una de las razones por las cuales YO juego. Porque, claro, tengo mis propias razones para educar a una entusiasta del sexo y mostrarle que, por más que sepa y haya hecho, por más pijas que se haya tragado y conchas se haya comido, hay miles de universos más por los que viajar. ¿Mostrarle a una puta que cree que hizo todo que hay mucho más? Check. My pleasure? Check.
No sé los motivos personales de cada dominante para serlo. Sé cuáles me acercaron a mí al tema y cuáles me hacen quedarme. Pero el principal es el poder, sin dudas. Ejercer poder en la vida civil me resulta desagradable; por supuesto, soy una de esas personas que naturalmente gravitan a lugares de liderazgo en las que las oportunidades de ejercer poder son vastas; pero hace años que huyo de esas situaciones porque mi cuerpo ético me impide coaccionar a (o sea, ejercer poder sobre) alguien. Pero hay algún impulso en mí, algo primitivo, básico, precámbrico, que disfruta enormemente de decidir por otras personas a la vez que lo detesta.
Esa es la dualidad que yo enfrento, y de la que me rescata el BDSM. Porque el juego es un juego de poder, y de ejercer poder, pero siempre dentro de una caja bien definida que me permite someter sin que sea una falta a mis principios.
¿Y qué más poderoso que ver cómo otra persona expande su conciencia gracias a tu ayuda?
Nada.
Por eso, enseño.
Por eso, domino.
Por eso hago que la puta se trague mi pija (esa que ella siempre describe de forma muy satisfactoria, de paso). Y por eso disfruto cuando veo que entiende algunas cosas. Que va confiando en lo que entiende. Y en mí.
Al último encuentro, ella confesó, vino sin saber si tenía tantas ganas de venir. Pero vino porque el espacio que estamos compartiendo le parece importante. Imagino que, vis-à-vis lo que sucedió después, se alegra de haber venido. Ciertamente yo me alegro.
Sé que habrá muchos que, en el futuro, disfruten de lo que aprendamos con Puteñita. Sé que hay lectores de este blog que se beneficiarán en carne propia de los frutos de mi paciencia y mis golpes. Sé que hay lectoras que se animarán a intentar cosas, just for the fuck of it, porque algo vieron acá.
Tomen eso, quizá, como la justificación que les permita soportar mis largas parrafadas.
Y sepan que la próxima vez que ella se atragante con mi pija, o cuando finalmente meta toda mi mano en su culo, culazo, culón… ambos pensaremos en ustedes.
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