miércoles, junio 22, 2011

El látigo y el grito

El sábado pasado tenía cita con mi entrenador. Limpita, perfumada, rodete prolijo, lencería de encaje morado y botas haciendo juego. Divina, en otras palabras.


He notado que las exigencias que León me impone sirven en muchos aspectos. En otra época de mi vida me he dejado estar (las uñas, el pelo, los pelos, la piel). No me crió una coqueta, sino una gordita. Así que tuve que aprender sola a maquillarme y plancharme el pelo. Hoy por hoy, no puedo dejarme estar. León me mataría. Así que me cuido más.


Hablamos, como siempre, antes de empezar. Me pidió detalles sobre mi relación con Gonzalo. Está convencido de que un pibe de mi edad nunca podrá darme lo que busco, necesito, merezco or whatever. Probablemente tenga razón, como siempre. Pero bueno. Es lo que hay.


También me preguntó por qué digo que lo que hacemos no es coger. Intenté explicarlo. La sumisión en la que me sumerjo mientras dura nuestro juego no tiene tintes eróticos en mi cabeza, sino más profundos, más... otra cosa. Pero es coger, me dice. Es sublimar a través de la sexualidad. 


No me excita, le dije. Me pasan otras cosas. Un montón. Pero no me excito. No mucho, al menos.


Eso hoy va a cambiar.




Andá a la habitación y volvé sólo con la tanga. Y con la cadena de la bicicleta al cuello.


Obedecí.


Sabía que esta semana teníamos algo nuevo. No sabía qué.


Me ajustó la cadena y se retiró.


Esperé a mi entrenador León en posición de descanso, desnuda, vulnerable, helada. Apareció con un regalito. Una especie de antifaz dividido en dos, muy cómodo y efectivo. Todo quedó negro hasta el final. Él sabía que taparme los ojos me gusta. Por eso no lo había hecho antes.


León comenzó a hablar. Daba vueltas a mi al rededor, como un satélite poderoso e invisible. Me dijo que pensara todos los motivos por los cuales debía castigarme. Lo pensé. Era muchos. 


Por haber cancelado la vez anterior.
Por atrasar este encuentro, y haber llegado tarde.
Por haberme acostado con otros dos tipos.


Él me recordó.
Por ser una smart ass.
Por haberlo llamado "Bart" en el blog.


Cada motivo resultaba en un golpe de vara. Ya no duelen tanto.


Está bien que pienses que acostarte con otros tipos está mal. Pero te doy mi autorización para que lo hagas.


Poné las manos contra la pared. Sacando culo. Ya sabés cómo es.


Obedecí. Manos a la misma altura, columna bien arqueada, culo regalado y preponderante. 


Escuché a mi entrenador alejarse. Esperé.


Volvió. Algo hacía ruido, de arrastre, como tiras de cuero deslizándose sobre el piso.


¿Tiras de cuero?


Hoy quiero agradecerte,
porque sos la primera persona a la que le puedo pegar con un látigo.


El látigo chasqueó en el aire.


Y pegó.


Y dolió. 
Pero dolió lindo.


El látigo distribuye el golpe. Menos focalizado, más...


...placentero.


Si te parece, en vez de darte veinte golpes con la vara, te doy diez con el látigo.


¿Te parece justo?


No.


El látigo me gusta. Me duele menos.


No es justo.


Muy bien, entonces.


Cuarenta golpes con el látigo.


Los contás. 


Y los agradecés.


Ya no tengo que explicarte estas cosas.


Y empezó. Y golpeó. Y me gustó, cada golpe. Fueron mucho más rápidos. 


Duele. No. Ay. Duele...


Me decís que no, pero es que sí. Sabés lo que tenés que decir si querés que pare.


Siguió golpeando.


Dejé de sentir mis manos apretando la pared. Dejé de sentir la tanga metiéndoseme entre los labios. Todo lo que sentía eran sus golpes, el culo, y el aire secándome la boca.


Cuesta respirar bien cuando hay que contar tantos golpes.


Bien.


Posición de descanso. Obedecí.


Volvieron los broches. En todas las tetas. No sólo en los pezones. Imaginé cómo debía verme. Rodete tenso, en tanga morada, con broches en todas las tetas y un antifaz en los ojos. Nice. Esta imagen debe complacer a mi entrenador.


Cabeza para atrás. La garganta estirada, ofrendada. El pecho descubierto.


Empezó a latigarme las tetas. Duele lindo también. Cuando es más cerca del pecho. Cuando el látigo se acerca a los broches, duele horriblemente. Muchísimo. Grito. Eso no lo para. Gimo, chillo, pero no para. Sakura, por Dios. Sakura.


Sacó los broches del pecho izquierdo. Se paró frente a mí. Podía sentir su calor irradiando. Me pellizcó el pezón libre. Y tiró. Dolía, qué lindo que dolía... Tirate vos, para atrás. Manejá el dolor. Obedecí. Dolía maravillosamente. Pero se soltó. Cuando volvió a agarrarlo, el momento había pasado. No excitaba, sólo dolía. Sakura, por favor.


Bien.


Segunda posición.


De rodillas, brazos detrás de la nuca, piernas separadas, boca abierta.


Me quiere coger por la boca. Me va a enseñar cómo.


Es una hermosa pija, pero cuesta. No es sólo la boca. Es la garganta.


Lo intenté. Muchas veces. No podía. Es demasiada pija. Me atraganto, no puedo respirar. El tiempo pasa. Otra vez. Abro la boca, la trago, me da arcadas, me detengo. Otra vez. Abrí la boca. Abrí la garganta. Me duelen las rodillas. Mucho. Me duelen los brazos, pegados a la nuca. Otra vez.


Hablé mucho, dijo. Eso no puede seguir.


Y entonces me tentó. Me puso la pija en los labios. Un poquito. Eso siempre dan ganas. De besarla, lamerla, adorarla como a un tótem con la lengua. Abrí mucho la boca. Esto no puede ser. Tengo que poder satisfacerlo. Me metí toda la pija. Hasta la garganta. La tragaba. Podía sentirlo. Me estaba cogiendo por la boca.


Pero no por mucho tiempo.


Bien, igual. Ya vas a aprender mejor, puta.


Tercera posición.


Me tengo que abrir el culo con los brazos. Cuánto que duelen. Están resentidos desde la posición anterior, y ahora, esto. No lo aguanto.


Abrite el culo.


Abrite el culo te digo.


No puedo...


Sí podés.


No podía.


Mi entrenador estuvo benévolo. Me dejó bajar los brazos. Es muy bueno conmigo.


Me dio un vibrador. Pequeño, como una pila gorda. Vibraba divinamente. Estimulate vos, ordenó. Obedecí. Mientras me vibraban los labios, volvió la vara. No pude disfrutarlo. Soy una mala sumisa. Sakura.


La vara se fue.


Y entonces, otra vez, empezó a hacerme el culo.


Un dedo.


Dos dedos.


Qué placer...


Tres dedos.


Empecé a sentir un orgasmo avalancharse. Se acercaba, rugiendo, desde sus dedos en mi culo.


No podés acabar sin mi permiso, informó León desde la oscuridad.


Estoy cerca.


No te autorizo. No acabes. Aguantalo.


Lo tuve que aguantar. Nunca había resistido un orgasmo. Es como contraer y relajar, al mismo tiempo, todos los músculos de la concha. Es como aguantar el parto de un demonio.


Y entonces me metió un dedo en la concha. 


Era demasiado.


Rogué por su autorización. Por favor, entrenador León, estoy por acabar...


Está bien. Te lo permito.


Y todo fue un torrente. Una avalancha. Una tormenta de segundos en el túnel de mis piernas. Un orgasmo indescriptible, inmenso, un grito que desgarró la noche.






Viste, puta.


Así es como se acaba.

3 comentarios:

Lucerito dijo...

¡Hermoso!

O sea que se pueden haber chupado muchas pijas y aún así ser virgen de la garganta...

Anónimo dijo...

Así es como se acaba, León tiene razón.
Termino de leerte con la pija dura. No lo busco, no lo pienso, pero sucede.

Tano Porta dijo...

Increíble. Ese texto vibra. Cada palabra, cada gemido. Un placer tuyo que atraviesa la pantalla, que me salpica de transpiración, de tus jugos, de una sonrisa que no conozco pero está atrás de eso. y se nota.

quiero! quiero.