martes, septiembre 27, 2011
Otras citas
Y si no escribo durante mucho tiempo me pregunto, se rompe la narrativa? ¿Me importa?
Es difícil mantener un blog sobre sexo cuando venís cogiendo poco.
Gonzalo tiene sabor a poco. No hay fidelidad pactada, más bien al contrario. Cuando empezamos a salir él tenía novia y amante. Siempre me pareció ridículo pretender su fidelidad.
Sin contar la mía, no? Gonza no me inspira fidelidad. No me satisface por completo. Y no hablo de sexo. No solamente, al menos.
Tengo muchas necesidades emocionales que él solo no satisface. Salir. Charlar. Cenar. Estimularme intelectualmente. Producirme curiosidad.
Enseñarme.
Gonza será un amor, pero es un amor joven, primerizo. Light. Un amor que acompaña, cotidiano, abrazable. Es un lindo amor. Pero no es suficiente.
De modo que sigo saliendo con señores, a otros lados, a no coger. Porque, como escribí, vengo cogiendo poco.
La estrategia "no avanzar", les diré, es revolucionaria. No sólo fue la que permitió mi relación con Gonzalo, el punta pie inicial, la piedra fundacional que construyó mi yo no-puta. Es también el paraíso del poder femenino, la amable manipulación masculina. Una sonrisa bien puesta y es lo mismo que agarrarlos de la pija y llevarlos a donde quieras.
He dejado de avanzar a los hombres para dedicarme a la good old coquetería.
Coqueta ando, entonces, rodeada de machos. He tenido varias citas, por así decirlo, que no acercaron las pieles pero me hicieron reir. Me gustan mucho los hombres. Me gusta verlos, escucharlos, compartir momentos, no sólo tocarlos. Me gustan.
Me gusta rodearme de hombres.
De modo que salgo a tomar una birra, a compartir un porro o a pasear del brazo de otros señores. Hay uno en particular que me gusta mucho.
Es un señor grande, de la edad de León. Solterón, dos ambientes, terraza, dos gatitos incluidos. Me saca a pasear, me invita a cenar, charlamos de cine, me convida marihuana.
El jueves tenemos combo cena y pelis.
Me preguntó qué le diré a Gonzalo.
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Porteñita Secreta
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miércoles, agosto 24, 2011
Final del juego
Sentada en un café notable porteño, recién bañada, perfumada y sola, me escribo un mail a mi personalidad más puta para subirlo al Túnel cuando vuelva a la prisión y oficina que es el depto donde vivo.
El fin de semana que pasó volví a ver a León a solas después de tiempo indeterminado.
Nuestras sesiones se habían suspendido ante mi ausencia y cancelación, y nos debíamos una charla. Llegué sin saber del todo qué iba a decir, qué quería, qué pasaba.
Lo cierto es que la rebeldía se despertó adentro mío. Mis entregadas ganas de complacer a León en todo lo que pudiese, abandonando mi cuerpo y mi placer a su dominio, venían extinguiéndose sin retorno. No se puede ser sumisa y rebelde a la vez.
"No con vos, al menos" fue lo que León retuvo de todas mis palabras que brotaban, fumadas, desde mi boca indecisa. Inteligente, el León, supo detectar la frase más verdadera de todas. No sé si es que no soy sumisa, si es la sumisión lo que rechazo, o es a él a quien no quiero someterme. Creo que la segunda.
Será eso, u otra cosa. Nunca llegamos a coger con León. Me confesó que la última vez que le cancelé había estado fantaseando con cogerme todo el día. Pobre Leoncito.
-Me lo hubieras dicho... Eso me hubiera cambiado de idea.
-No quería influenciarte.
So this is it. De todos los senderos que se bifurcan en su jardín, Destino terminó tomando el que nos separa por mutuo acuerdo. Porque mi ex-Amo también venía listo para terminar nuestra relación, por sus propios motivos. León fue claro desde el principio: nuestro vínculo nunca tomaría dimensiones amorosas mayores. Nunca seríamos novios. Nunca lo enamoraría. Y entendió que ese límite es incompatible con el vínculo Amo-sumisa, en tanto no permite que se profundice.
Quedaba claro el final, cuando le hice notar algo de sí mismo. León gruñe, en efecto, como un león. Cuando algo le da placer, ya fuera verme con las tetas llenas de broches o un lindo masaje en los hombros, gruñe cual felino complacido. Se sonrojó ante el dato. Cuán tierno. Y se empezó a calentar.
Cuando peló la pija a media asta, estaba seguro que no podría resistir la tentación de petearlo. Me cree más puta que orgullosa. Y hay algo que no comprende.
Ser sumiso es entregarse a complacer al otro, mientras el placer propio queda relegado. León nunca se ocupó de mi placer, y está bien, no era su lugar.
Mientras se pajeaba mirándome a los ojos, yo sonreía, inmóvil. Si en lugar de esperar que yo me acerque, viniera a tocarme, a sentirme, a buscar lo que desea, otro sería el cantar. Si viniera y él, por una vez, buscara mi placer en lugar del suyo, sería un polvo inolvidable.
Pero León nunca se levantó. En vano siguió la paja y el contacto visual. Sonreí, como sumisa libre que ya no debe obedecer ninguna orden de un Amo que jamás se la cogió.
Y me fui a mi casa, mi prisión oficina, sin Amo y sin orgasmo.
El fin de semana que pasó volví a ver a León a solas después de tiempo indeterminado.
Nuestras sesiones se habían suspendido ante mi ausencia y cancelación, y nos debíamos una charla. Llegué sin saber del todo qué iba a decir, qué quería, qué pasaba.
Lo cierto es que la rebeldía se despertó adentro mío. Mis entregadas ganas de complacer a León en todo lo que pudiese, abandonando mi cuerpo y mi placer a su dominio, venían extinguiéndose sin retorno. No se puede ser sumisa y rebelde a la vez.
"No con vos, al menos" fue lo que León retuvo de todas mis palabras que brotaban, fumadas, desde mi boca indecisa. Inteligente, el León, supo detectar la frase más verdadera de todas. No sé si es que no soy sumisa, si es la sumisión lo que rechazo, o es a él a quien no quiero someterme. Creo que la segunda.
Será eso, u otra cosa. Nunca llegamos a coger con León. Me confesó que la última vez que le cancelé había estado fantaseando con cogerme todo el día. Pobre Leoncito.
-Me lo hubieras dicho... Eso me hubiera cambiado de idea.
-No quería influenciarte.
So this is it. De todos los senderos que se bifurcan en su jardín, Destino terminó tomando el que nos separa por mutuo acuerdo. Porque mi ex-Amo también venía listo para terminar nuestra relación, por sus propios motivos. León fue claro desde el principio: nuestro vínculo nunca tomaría dimensiones amorosas mayores. Nunca seríamos novios. Nunca lo enamoraría. Y entendió que ese límite es incompatible con el vínculo Amo-sumisa, en tanto no permite que se profundice.
Quedaba claro el final, cuando le hice notar algo de sí mismo. León gruñe, en efecto, como un león. Cuando algo le da placer, ya fuera verme con las tetas llenas de broches o un lindo masaje en los hombros, gruñe cual felino complacido. Se sonrojó ante el dato. Cuán tierno. Y se empezó a calentar.
Cuando peló la pija a media asta, estaba seguro que no podría resistir la tentación de petearlo. Me cree más puta que orgullosa. Y hay algo que no comprende.
Ser sumiso es entregarse a complacer al otro, mientras el placer propio queda relegado. León nunca se ocupó de mi placer, y está bien, no era su lugar.
Mientras se pajeaba mirándome a los ojos, yo sonreía, inmóvil. Si en lugar de esperar que yo me acerque, viniera a tocarme, a sentirme, a buscar lo que desea, otro sería el cantar. Si viniera y él, por una vez, buscara mi placer en lugar del suyo, sería un polvo inolvidable.
Pero León nunca se levantó. En vano siguió la paja y el contacto visual. Sonreí, como sumisa libre que ya no debe obedecer ninguna orden de un Amo que jamás se la cogió.
Y me fui a mi casa, mi prisión oficina, sin Amo y sin orgasmo.
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sábado, agosto 20, 2011
Dos peces de hielo en un whisky on the rocks
En pantuflas y joggin, con un sueter que me llevó seis días secar en esta húmeda ciudad, con un pucho prendido y las patas sobre una silla, me dispongo a actualizar el estado de este blog descuidado.
Me pregunto si debiera explicar paso a paso lo sucedido estas semanas. Si, quizás, por sostener la narrativa, sea necesario un esfuerzo de mi parte.
Gonzalo y León. León y Gonzalo. Resulta no ser posible la coexistencia de estos vínculos. O eso aparenta mi historia, torcida, rebelde y sin escribir.
Cojo menos, es verdad. También tengo menos deseo. Habrá sido la semana sangrante que pasó, que me erotiza como para cinco pajas por día, pero ningún polvo. Será que el puto amor insondable me quita las ganas de que me pegue un hombre al que, en realidad, no le pertenezco.
Ser sumisa es pertenecer.
Y yo no me resigno a pertenecerle a nadie.
Me pregunto si debiera explicar paso a paso lo sucedido estas semanas. Si, quizás, por sostener la narrativa, sea necesario un esfuerzo de mi parte.
Gonzalo y León. León y Gonzalo. Resulta no ser posible la coexistencia de estos vínculos. O eso aparenta mi historia, torcida, rebelde y sin escribir.
Cojo menos, es verdad. También tengo menos deseo. Habrá sido la semana sangrante que pasó, que me erotiza como para cinco pajas por día, pero ningún polvo. Será que el puto amor insondable me quita las ganas de que me pegue un hombre al que, en realidad, no le pertenezco.
Ser sumisa es pertenecer.
Y yo no me resigno a pertenecerle a nadie.
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Porteñita Secreta
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miércoles, julio 27, 2011
La otra mirada
Una noche de aprendizaje.
De aprendizaje mutuo.
La sensación de haber llegado a algún lado se siente bien. It feels good (und fick dich du Hasser; I write however the fuck I want).
La puta contó bastante bien la vorágine de cosas que sucedieron el sábado a la noche. Las cosas que recordamos son las que nos afectaron. Lo que se olvida rápido es lo superficial.
No sabía qué iba a suceder esa noche, aún después de la extensa charla que habíamos tenido con Puteñita un par de días antes para explicarnos cosas. Ella comenzó con el pie izquierdo: llegó tarde.
Detesto a la gente que llega tarde.
“Una más para la lista”, pensé. La lista de castigos que viene acumulando. “Cómo te voy a azotar, delante de todo el mundo, para que aprendas”. El pensamiento me arrancó una sonrisa.
Pero cuando llegamos a la Casona, las cosas comenzaron a cambiar.
No hay duda de que la puta se puso a la altura de las circunstancias.
No hay duda de que es sumisa.
Ah, quizás le guste dominar, también. Por supuesto. Pero es una putita sumisa cuando está conmigo, como debe ser. No hace nada sin pedir permiso, y siempre quiere complacer. Si eso no define a una sumisa… no sé qué la define.
Verla ser castigada en público, con un círculo de gente observando, fue una experiencia muy Fidelio: juegos de adultos, como bien escribió ella.
El aire del evento es difícil de describir. Sí, había gente vestida bien, como Puteñita y yo. Había gente vestida de forma tópica, con cuero, tachas, máscaras. Y también había gente con ropa casi de calle (esto no me gustó, a fuer de sincero; pero cada uno es libre de presentarse como quiera, obviamente).
Pero ya metidos en el tema, decidí que si ella tenía tantas ganas (y se le escapaban por los ojos), iba a dejar que otro Amo le aplicara el correctivo correspondiente por la llegada tarde. Cuando me acerqué a preguntarle a éste si quería azotar a la puta, le dije que ella tiene un umbral de dolor alto. Me miró dudando. Yo sonreí y no agregué nada. Eventualmente lo descubrió por si mísmo.
Orgullo, satisfacción y la mentada carnosa me invadieron al ver a mi puta ser golpeada por otro. Es raro. O no. Sentí que el aplauso que le brindaron era merecido, y que ese merecimiento también tenía que ver conmigo.
Nos quedamos charlando con la pareja amiga de ella. Mi vista se desviaba de vez en cuando hacia las tetas de la otra chica, apenas contenidas por el corsé. Algunas imágenes surgían en mi cabeza, imágenes que eventualmente no pudieron ser concretadas por la pronta desaparición de esa pareja.
Sin embargo, faltaba lo mejor.
Varias veces Puteñita había mensajeado a maite, pero no la encontrábamos. Hasta que en un momento, comprando un vino, vi a una rubia de ojos brillantes (o quizá no taaan rubia, pero sus ojos brillaban, sin dudas). Antes de que ella hablara con la puta, me miró un largo rato a los ojos, con una semisonrisa. No sé si me reconoció instintivamente, o gracias a alguna foto que le hayan deslizado. Pero me reconoció. La noche era joven todavía, así que la puta y yo nos fuimos por nuestro lado, aunque maite nos afanó el vino.
Después vino la suspensión, que no fue del todo exitosa pero que igual, como experiencia, fue interesante. Y la charla con Patrón, un personaje extraído de algún libro, y fascinante. Patrón maneja los códigos del BDSM… y después se caga en ellos. No es un mala dirección a la que apuntar, para mí.
Un párrafo aparte, que verán viene a cuento aunque parezca que no:
Somos conscientes con Puteñita que parte de nuestra relación pasa en público, en este blog. Amigos de ella lo leen. También amigos (muy selectos) míos. Pero lo cierto es que a pesar de que yo tenga existencia real, muchos lectores podrían pensar que soy un invento de la dueña de este espacio, una especie de alter-ego literario, una práctica de escritura con tonos diferentes de los suyos habituales.
Eso no me molesta, para nada. Si yo no existiera, ella podría perfectamente haberme inventado. O quizá no. Games within games.
De vuelta a la Casona: casi como si esto fuera sí una ficción completa, cuando la noche ya se nos terminaba, después de un par de twists y plot points, como culminación de la velada (y clímax de la historia, en su acepción más completa) apareció the single most erotic moment of my life.
Qué puta que es la puta. Hacía que quería irse, mientras maite la agarraba. Cuando me di cuenta de que en realidad no queríamos terminar la noche simplemente yéndonos, le dije que nos quedáramos un rato más.
Qué puta que es esta puta: no le importó nada de lo que hubiera alrededor: ni la gente, ni el piso de baldosas. Sólo le importó su deseo, y entregarse a él. Bien. Estamos avanzando a pasos agigantados.
Y acá no hubo friendly one que valga: bien dura se me puso, viendo a mi puta cogerse a otra puta. Justo lo que me recomendó el médico, diría. Dos personas entregadas a su libido, sin filtro. ¿Qué puede haber más excitante que eso?
Cuando pasó la ola (I see what you did there!), y nos estábamos yendo ya, maite pidió ver de nuevo a la puta. Se la quiere coger con más tiempo.
Puede ser. Pero sabé algo, maite: no te la vas a coger sin mi autorización. No mientras yo sea su León. Porque en ese ámbito, ella me entregó el poder a mí. Y planeo ejercerlo.
Y como si la noche no hubiera sido suficientemente intensa y llena de descubrimientos, la caminata, café y charla posteriores le pusieron el moño perfecto a una noche perfecta.
Llegamos a algún lugar.
I love you too.
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Porteñita Secreta
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lunes, julio 25, 2011
Una noche en la Casona
El sábado tenía una cita muy importante.
A pesar de las dudas que venía atravesando, y la distancia que había tomado con León, sabía que no nos podíamos perder la fiesta de Mazmorra del sábado. Una de las más importantes del año. Nos inscribimos y esperamos.
Tenía un vestido que estrenar.
La Casona del Sado es un lugar maravilloso. Al entrar, me sentía como una niña en una juguetería, paseando entre las habitaciones aprovisionadas con todas las herramientas imaginables para una linda sesión de golpes y grititos. Fustas, látigos, sogas de todos los grosores, aparatos complejos para suspensiones o aprisionamientos que recordaban a la Inquisición. Quien fuera bruja bajo esas cadenas...
León estaba muy elegante, y yo muy coqueta. Nada extravagante. Él portaba un traje gris oscuro con líneas verticales, y yo, mi vestidito de la Bond, ese negro de lazo morado que me enamoró. Medias de red y zapatitos sin taco (nota mental: preciso zapatos de taco negro con urgencia). Fui a la peluquería especialmente para la ocasión. Impecable.
Hay que decirlo, nada mejor que una juntada de freaks adultos y responsables para un sábado a la noche. Dirán que los practicantes del BDSM no son freaks. En mi opinión, lo somos. Somos raros, outsiders, anónimos que disfrutan su rareza con libertad. Siempre he sido una freak. Feels good that way.
La noche arrancó en sorpresa. Apenas llegados, entre la multitud, crucé la mirada con un rubio de pelo largo que lanzó una carcajada al verme. Nadie más que uno de los mejores amigos del legendario. Hacía años que no nos veíamos. Buen lugar para reencontrarse. Estaba acompañado de su ex y de su maravilloso escote de tetas redondas, actual novia de otro amigo (no, yo tampoco los comprendo, but again, quién podría comprender mis propias relaciones?). Hice las correspondientes presentaciones y compartimos un vino los cuatro, brindando por las palabras de seguridad.
La fiesta comenzó a llenarse. Había tres habitaciones equipadas para jugar libremente, pero nadie daba el primer paso. Finalmente, un hombre grande y de bigote gris, quien adivino es parte de La Casona, se dispuso a dominar una sumisa rubia enfundada en látex. Le ajustó las muñecas y los tobillos a una X de madera y tomó una soga de cáñamo para castigarla. La sumisa no agradecía los golpes, y en cuanto el caballero subía un poco la fuerza, pedía "Piedad, Amo" (una palabra cliché, si se me permite la crítica). Secretamente le comenté a León "No se la banca mucho..." y me chistó, diciendo que no faltara el respeto. No era mi intención. Pero me sorprendía ver lo que consideraba una baja tolerancia al dolor por parte de quien, entendía, era una sumisa experimentada.
Las esclavas circularon. El amo repetía el procedimiento, atándolas a la cruz, cambiando de arma y continuando el spanking, y yo con mi misma impresión. Las chicas no se la bancan. León me conoce, me lee el pensamiento. Cuando la tercera sumisa se retiró, me preguntó "¿Querés que te peguen un poco?". Claro que sí. De modo que se acercó al Amo y le ofreció su sumisa. O sea, yo.
Mientras me ajustaba las muñecas a la cruz de madera, el Amo consultó mi palabra de seguridad. "Sakura" le dije. No pienso cambiarla, por más que haya veinte personas mirando mis azotes.
El Amo comenzó. Desconozco las armas que utilizó para mi spanking. Estaba contenta, hacía mucho que no me pegaban. Soporté mucho (mucho más que las anteriores). Orgullosa de mí. León estaba a mi lado, y me preguntaba si quería seguir. Sé usar mi palabra. La uso cuando la necesito. Si no digo "Sakura", es porque estoy bien. Aunque un par de veces la usé.
De repente escuché una voz de mujer detrás. Una Ama le preguntaba sugerencias a mi domador. Levantarme la pollera, por ejemplo. Debo remarcar el alto nivel de respeto entre todos los participantes de la fiesta. Nada se hace sin consulta previa. La Ama se lo sugería al Amo, quien lo consultaba con León, quien me preguntaba a mí. Por supuesto, acepté.
Los golpes sobre el vestido no tienen gracia.
Lindos golpes. Fuertes. Pusieron a prueba mi tolerancia, y dejé en claro, públicamente, lo alta que es.
Sin saberlo, logré llamar la atención de las altas esferas de La Casona. Ya me enteraría.
Terminada la sesión de spanking, el público aplaudió. No había aplaudido a las sumisas anteriores. Admito que me sentía orgullosa. Hice una reverencia al Amo y al público, y volví a mezclarme en la multitud, junto a León.
Creo que después de eso, él también estaba orgulloso de su sumisa. Siento que León reconoció que es afortunado en tenerme bajo su mando, y lo alegra, enorgullece y satisface. Me hace feliz que se sienta orgulloso de mí.
Cuánto me cuida, mi entrenador. Mucho. Lo fui entendiendo a lo largo de la noche. Realmente me cuida mucho. Y me quiere. Y lo quiero.
Conversé un rato con el Ama que había sugerido levantarme la falda a mis espaldas. Una argentina residente en España, mezcla de acentos sensuales muy amigable. Pidió un sumiso o sumisa para ella, pero nadie se ofreció. Me dio pena no poder complacerla, acababa de terminar la sesión de spanking y aún no estaba lista para otra. Le comuniqué que estaría honrada de recibir sus golpes, más tarde, y ella aceptó encantada. Una pena que luego no volviera a verla. Ama Nadia, creo que se llamaba. Quizás en otra oportunidad.
Un señor mayor, cuyo nombre no retuve, compartió con nosotros una charla. Muy simpático y amable, nos contó historias acerca de cuando su hijo comprendió que a su padre le gusta atar chicas. Especialista en bondage, parecía. Le comenté a León que me honraría que me atase más tarde, un hombre tan experimentado como él. Una vez más mi entrenador ofreció su sumisa, y el caballero aceptó encantado. Más tarde me suspendería en el aire, ante un público mucho más numeroso que el anterior, rodeada de nudos debajo de una estructura de madera que no pude ni quise comprender. Fue una pena que todo el peso de mi cuerpo se sostuviera sólo en una atadura a la altura de la boca de mi estómago. Pude soportarlo mucho menos de lo que hubiera querido. Quizás si hubiera tenido otra atadura sobre el pecho que distribuyera mejor el peso... pero quién soy yo para criticar su trabajo?
La noche avanzaba. Dejamos el vino y emigramos al agua, parecía lo más sano. León no me pegó en toda la noche. Prefirió prestarme a otros, dejarme explorar, mirarme recibir.
Conocí a dos foreros de Mazmorra con quienes intercambié palabras. Uno me reconoció (inexplicable!) y alabó mis escritos en el blog. También me recordó que aún no le acepté la solicitud de amistad en Mazmorra. Me excusé sin excusa. ¿Qué le podía decir?
La otra es maite. Con minúscula, sí, porque es sumisa, y bien puta, llegué a descubrir. maite lee El túnel de mis Piernas desde que me sumé a Mazmorra, y nos hemos chateado desde entonces, insistente en conocerme. Me quiere coger, maite. Todavía hoy me quiere coger. Me dedicó una entrada en su blog que pueden leer acá.
El amigo del legendario y su cita desaparecieron en algún momento de la noche sin despedirse. Poco serio lo suyo. Les habían pedido silencio y no lo supieron respetar. Me pregunto cuán seriamente el rubio sabe dominar...
Estábamos en el patio, haciendo nada, cuando un caballero con una rosa roja en el cuello se nos acercó. Me apuñaló la mirada en los ojos, y sin tocarme, comenzó a dominarme. León estaba a mi lado, cuidándome, observando. El Patrón (así le llaman) pidió su permiso, y por supuesto, le fue otorgado. Todo su poder se transmitía a través de los ojos. No me permitía esquivar la mirada. Es un Amo muy severo, con un estilo diferente al de León. Revuelvo mi memoria buscando sus palabras, pero se me escapan, se me escaparon a penas nos separamos, de hecho. Sólo recuerdo preguntas que escarbaban mi interior, sacando a superficie dudas y lágrimas que dejé escapar sin pestañear. Mi esencia. Eso es lo fundamental. Debo encontrar mi esencia, y nadie salvo yo misma puede encontrarla por mí. Eso fue lo que me enseñó Patrón, con sólo mirarme a los ojos. De repente y sin aviso, la dominación fue suspendiéndose. "Podés mover las manos", me permitió, y de a poco fui pudiendo aflojar una tensión que me anudó el cuerpo mientras Patrón me dominaba. Incluso ahora, mientras tipeo estas palabras, temo las consecuencias que podrían tener en caso de que lleguen a sus severos ojos.
Comprendí que Patrón no es sólo un Amo. Parece ser el Amo de la Casona, el Amo de los Amos, the ultimate dominator. Nos invitó un café y me ordenó ir a pedirlos, aclarando que "son para Patrón". La cara de la chica de la barra al decir su nombre confirmó mis sospechas. "Ahora te los alcanzamos" me dijo. A nadie más le dieron servicio de mozo. Sólo a Patrón, y a nosotros dos, sus invitados.
Se nos acercó el caballero de bigote gris que me había atado a la cruz de madera y me había dejado el culo color frutilla. Me dijo que pocas sumisas lo toleran la primera vez. Un cumplido.
Patrón, mientras me dominaba, me dijo que me había visto mientras colgaba atada. No sé si eso fue lo que llamó su atención, o si el Amo de bigote gris le habrá comunicado su grata sorpresa ante mi spanking. Sea como sea, León y yo compartimos el privilegio de la atención, los consejos y el café del Patrón. Un verdadero honor que caló hondo en mí.
La noche menguaba. Camino a retirar mi campera pude ver a maite sangucheada entre su Amo y su novia. La estaba pasando lindo, la putita. Quería despedirme, pero no quería interrumpir. Noté que su amo la besaba en la boca. Me dio envidia. León jamás me besó.
Al volver del guardarropas, maite charlaba con León en concha y con el corset bajo, dejando las tetas al aire. Le dije que nos estábamos yendo, y me hizo pucherito. "Andá con tu León..." dijo tristecita, "Viste que parece un León?". No quería que nos fuéramos, menos aún con las caricias que le estaba dando en el culo. No aguantó más y me rompió la boca. Podía sentir a mi entrenador sonreir y endurecerse ante tal panorama. maite estaba soportando las ganas de cogerme hace mucho. No tenía paciencia para rodeos. Me empujó contra una mesa, abriéndome las piernas y agachándose. León sostuvo mi campera y me permitió relajarme y disfrutar. maite zambulló su lengua entre mis labios, ya húmedos por todos los eventos de la noche, y comenzó a llevarme a un orgasmo que León no permitiría enseguida, mientras escabullía sus dedos en mi bombacha para colarme en el culo. Aguantá, aguantá... no acabes... y acercó su cara a la mía, lo más cerca que han estado jamás. Podía sentir su respiración contra mis labios. Me volvió loca. Por favor. Por favor dejame acabar. Y me dejó.
Fue un hermoso orgasmo, indisimulado, en público. "Sí que sabés acabar" me dijo maite, satisfecha. Me tiré sobre ella. Estábamos en el hall de entrada, teníamos curiosos al rededor. No importaba. A penas mi lengua alcanzó su concha, me sorprendí. Un chorro (porque eso fue) de fluidos orgásmicos me inundó la boca. No lo esperaba, no tan pronto, no tanto! No era la primera vez que provocaba un squirting, pero eso parecía una cañería rota. Mientras León me metía un dedo en la concha y otro atrás, yo le metí dos más a maite, quien se retorcía y se vaciaba sobre el piso como una bombita de agua pinchada. Llegó su Amo y se agachó a su lado, sosteniéndole la cabeza mientras ella gemía, yo gemía y León me tocaba. "Don't be greedy" me susurró al oído, y comprendí que era suficiente. maite me hizo prometerle volverla a ver, golosa. Su Amo le dijo que tendrían que traer un trapo de piso para limpiar el desorden que armó. Los dejamos en el piso, al lado de un charco que sigue sorprendiéndome, y nos retiramos de La Casona.
Caminamos por la calle Corrientes hasta la casa de León, charlando sobre lo que vivimos, sobre lo que compartimos y sentimos por el otro, tomados del brazo en el frío de la madrugada.
A pesar de las dudas que venía atravesando, y la distancia que había tomado con León, sabía que no nos podíamos perder la fiesta de Mazmorra del sábado. Una de las más importantes del año. Nos inscribimos y esperamos.
Tenía un vestido que estrenar.
La Casona del Sado es un lugar maravilloso. Al entrar, me sentía como una niña en una juguetería, paseando entre las habitaciones aprovisionadas con todas las herramientas imaginables para una linda sesión de golpes y grititos. Fustas, látigos, sogas de todos los grosores, aparatos complejos para suspensiones o aprisionamientos que recordaban a la Inquisición. Quien fuera bruja bajo esas cadenas...
León estaba muy elegante, y yo muy coqueta. Nada extravagante. Él portaba un traje gris oscuro con líneas verticales, y yo, mi vestidito de la Bond, ese negro de lazo morado que me enamoró. Medias de red y zapatitos sin taco (nota mental: preciso zapatos de taco negro con urgencia). Fui a la peluquería especialmente para la ocasión. Impecable.
Hay que decirlo, nada mejor que una juntada de freaks adultos y responsables para un sábado a la noche. Dirán que los practicantes del BDSM no son freaks. En mi opinión, lo somos. Somos raros, outsiders, anónimos que disfrutan su rareza con libertad. Siempre he sido una freak. Feels good that way.
La noche arrancó en sorpresa. Apenas llegados, entre la multitud, crucé la mirada con un rubio de pelo largo que lanzó una carcajada al verme. Nadie más que uno de los mejores amigos del legendario. Hacía años que no nos veíamos. Buen lugar para reencontrarse. Estaba acompañado de su ex y de su maravilloso escote de tetas redondas, actual novia de otro amigo (no, yo tampoco los comprendo, but again, quién podría comprender mis propias relaciones?). Hice las correspondientes presentaciones y compartimos un vino los cuatro, brindando por las palabras de seguridad.
La fiesta comenzó a llenarse. Había tres habitaciones equipadas para jugar libremente, pero nadie daba el primer paso. Finalmente, un hombre grande y de bigote gris, quien adivino es parte de La Casona, se dispuso a dominar una sumisa rubia enfundada en látex. Le ajustó las muñecas y los tobillos a una X de madera y tomó una soga de cáñamo para castigarla. La sumisa no agradecía los golpes, y en cuanto el caballero subía un poco la fuerza, pedía "Piedad, Amo" (una palabra cliché, si se me permite la crítica). Secretamente le comenté a León "No se la banca mucho..." y me chistó, diciendo que no faltara el respeto. No era mi intención. Pero me sorprendía ver lo que consideraba una baja tolerancia al dolor por parte de quien, entendía, era una sumisa experimentada.
Las esclavas circularon. El amo repetía el procedimiento, atándolas a la cruz, cambiando de arma y continuando el spanking, y yo con mi misma impresión. Las chicas no se la bancan. León me conoce, me lee el pensamiento. Cuando la tercera sumisa se retiró, me preguntó "¿Querés que te peguen un poco?". Claro que sí. De modo que se acercó al Amo y le ofreció su sumisa. O sea, yo.
Mientras me ajustaba las muñecas a la cruz de madera, el Amo consultó mi palabra de seguridad. "Sakura" le dije. No pienso cambiarla, por más que haya veinte personas mirando mis azotes.
El Amo comenzó. Desconozco las armas que utilizó para mi spanking. Estaba contenta, hacía mucho que no me pegaban. Soporté mucho (mucho más que las anteriores). Orgullosa de mí. León estaba a mi lado, y me preguntaba si quería seguir. Sé usar mi palabra. La uso cuando la necesito. Si no digo "Sakura", es porque estoy bien. Aunque un par de veces la usé.
De repente escuché una voz de mujer detrás. Una Ama le preguntaba sugerencias a mi domador. Levantarme la pollera, por ejemplo. Debo remarcar el alto nivel de respeto entre todos los participantes de la fiesta. Nada se hace sin consulta previa. La Ama se lo sugería al Amo, quien lo consultaba con León, quien me preguntaba a mí. Por supuesto, acepté.
Los golpes sobre el vestido no tienen gracia.
Lindos golpes. Fuertes. Pusieron a prueba mi tolerancia, y dejé en claro, públicamente, lo alta que es.
Sin saberlo, logré llamar la atención de las altas esferas de La Casona. Ya me enteraría.
Terminada la sesión de spanking, el público aplaudió. No había aplaudido a las sumisas anteriores. Admito que me sentía orgullosa. Hice una reverencia al Amo y al público, y volví a mezclarme en la multitud, junto a León.
Creo que después de eso, él también estaba orgulloso de su sumisa. Siento que León reconoció que es afortunado en tenerme bajo su mando, y lo alegra, enorgullece y satisface. Me hace feliz que se sienta orgulloso de mí.
Cuánto me cuida, mi entrenador. Mucho. Lo fui entendiendo a lo largo de la noche. Realmente me cuida mucho. Y me quiere. Y lo quiero.
Conversé un rato con el Ama que había sugerido levantarme la falda a mis espaldas. Una argentina residente en España, mezcla de acentos sensuales muy amigable. Pidió un sumiso o sumisa para ella, pero nadie se ofreció. Me dio pena no poder complacerla, acababa de terminar la sesión de spanking y aún no estaba lista para otra. Le comuniqué que estaría honrada de recibir sus golpes, más tarde, y ella aceptó encantada. Una pena que luego no volviera a verla. Ama Nadia, creo que se llamaba. Quizás en otra oportunidad.
Un señor mayor, cuyo nombre no retuve, compartió con nosotros una charla. Muy simpático y amable, nos contó historias acerca de cuando su hijo comprendió que a su padre le gusta atar chicas. Especialista en bondage, parecía. Le comenté a León que me honraría que me atase más tarde, un hombre tan experimentado como él. Una vez más mi entrenador ofreció su sumisa, y el caballero aceptó encantado. Más tarde me suspendería en el aire, ante un público mucho más numeroso que el anterior, rodeada de nudos debajo de una estructura de madera que no pude ni quise comprender. Fue una pena que todo el peso de mi cuerpo se sostuviera sólo en una atadura a la altura de la boca de mi estómago. Pude soportarlo mucho menos de lo que hubiera querido. Quizás si hubiera tenido otra atadura sobre el pecho que distribuyera mejor el peso... pero quién soy yo para criticar su trabajo?
La noche avanzaba. Dejamos el vino y emigramos al agua, parecía lo más sano. León no me pegó en toda la noche. Prefirió prestarme a otros, dejarme explorar, mirarme recibir.
Conocí a dos foreros de Mazmorra con quienes intercambié palabras. Uno me reconoció (inexplicable!) y alabó mis escritos en el blog. También me recordó que aún no le acepté la solicitud de amistad en Mazmorra. Me excusé sin excusa. ¿Qué le podía decir?
La otra es maite. Con minúscula, sí, porque es sumisa, y bien puta, llegué a descubrir. maite lee El túnel de mis Piernas desde que me sumé a Mazmorra, y nos hemos chateado desde entonces, insistente en conocerme. Me quiere coger, maite. Todavía hoy me quiere coger. Me dedicó una entrada en su blog que pueden leer acá.
El amigo del legendario y su cita desaparecieron en algún momento de la noche sin despedirse. Poco serio lo suyo. Les habían pedido silencio y no lo supieron respetar. Me pregunto cuán seriamente el rubio sabe dominar...
Estábamos en el patio, haciendo nada, cuando un caballero con una rosa roja en el cuello se nos acercó. Me apuñaló la mirada en los ojos, y sin tocarme, comenzó a dominarme. León estaba a mi lado, cuidándome, observando. El Patrón (así le llaman) pidió su permiso, y por supuesto, le fue otorgado. Todo su poder se transmitía a través de los ojos. No me permitía esquivar la mirada. Es un Amo muy severo, con un estilo diferente al de León. Revuelvo mi memoria buscando sus palabras, pero se me escapan, se me escaparon a penas nos separamos, de hecho. Sólo recuerdo preguntas que escarbaban mi interior, sacando a superficie dudas y lágrimas que dejé escapar sin pestañear. Mi esencia. Eso es lo fundamental. Debo encontrar mi esencia, y nadie salvo yo misma puede encontrarla por mí. Eso fue lo que me enseñó Patrón, con sólo mirarme a los ojos. De repente y sin aviso, la dominación fue suspendiéndose. "Podés mover las manos", me permitió, y de a poco fui pudiendo aflojar una tensión que me anudó el cuerpo mientras Patrón me dominaba. Incluso ahora, mientras tipeo estas palabras, temo las consecuencias que podrían tener en caso de que lleguen a sus severos ojos.
Comprendí que Patrón no es sólo un Amo. Parece ser el Amo de la Casona, el Amo de los Amos, the ultimate dominator. Nos invitó un café y me ordenó ir a pedirlos, aclarando que "son para Patrón". La cara de la chica de la barra al decir su nombre confirmó mis sospechas. "Ahora te los alcanzamos" me dijo. A nadie más le dieron servicio de mozo. Sólo a Patrón, y a nosotros dos, sus invitados.
Se nos acercó el caballero de bigote gris que me había atado a la cruz de madera y me había dejado el culo color frutilla. Me dijo que pocas sumisas lo toleran la primera vez. Un cumplido.
Patrón, mientras me dominaba, me dijo que me había visto mientras colgaba atada. No sé si eso fue lo que llamó su atención, o si el Amo de bigote gris le habrá comunicado su grata sorpresa ante mi spanking. Sea como sea, León y yo compartimos el privilegio de la atención, los consejos y el café del Patrón. Un verdadero honor que caló hondo en mí.
La noche menguaba. Camino a retirar mi campera pude ver a maite sangucheada entre su Amo y su novia. La estaba pasando lindo, la putita. Quería despedirme, pero no quería interrumpir. Noté que su amo la besaba en la boca. Me dio envidia. León jamás me besó.
Al volver del guardarropas, maite charlaba con León en concha y con el corset bajo, dejando las tetas al aire. Le dije que nos estábamos yendo, y me hizo pucherito. "Andá con tu León..." dijo tristecita, "Viste que parece un León?". No quería que nos fuéramos, menos aún con las caricias que le estaba dando en el culo. No aguantó más y me rompió la boca. Podía sentir a mi entrenador sonreir y endurecerse ante tal panorama. maite estaba soportando las ganas de cogerme hace mucho. No tenía paciencia para rodeos. Me empujó contra una mesa, abriéndome las piernas y agachándose. León sostuvo mi campera y me permitió relajarme y disfrutar. maite zambulló su lengua entre mis labios, ya húmedos por todos los eventos de la noche, y comenzó a llevarme a un orgasmo que León no permitiría enseguida, mientras escabullía sus dedos en mi bombacha para colarme en el culo. Aguantá, aguantá... no acabes... y acercó su cara a la mía, lo más cerca que han estado jamás. Podía sentir su respiración contra mis labios. Me volvió loca. Por favor. Por favor dejame acabar. Y me dejó.
Fue un hermoso orgasmo, indisimulado, en público. "Sí que sabés acabar" me dijo maite, satisfecha. Me tiré sobre ella. Estábamos en el hall de entrada, teníamos curiosos al rededor. No importaba. A penas mi lengua alcanzó su concha, me sorprendí. Un chorro (porque eso fue) de fluidos orgásmicos me inundó la boca. No lo esperaba, no tan pronto, no tanto! No era la primera vez que provocaba un squirting, pero eso parecía una cañería rota. Mientras León me metía un dedo en la concha y otro atrás, yo le metí dos más a maite, quien se retorcía y se vaciaba sobre el piso como una bombita de agua pinchada. Llegó su Amo y se agachó a su lado, sosteniéndole la cabeza mientras ella gemía, yo gemía y León me tocaba. "Don't be greedy" me susurró al oído, y comprendí que era suficiente. maite me hizo prometerle volverla a ver, golosa. Su Amo le dijo que tendrían que traer un trapo de piso para limpiar el desorden que armó. Los dejamos en el piso, al lado de un charco que sigue sorprendiéndome, y nos retiramos de La Casona.
Caminamos por la calle Corrientes hasta la casa de León, charlando sobre lo que vivimos, sobre lo que compartimos y sentimos por el otro, tomados del brazo en el frío de la madrugada.
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sábado, julio 23, 2011
Golpes, drogas y un viejo amante transmutado (parte I)
Hace siete meses que no tomaba cocaína.
Son las 8.30 de la mañana y aun no he dormido nada. Pasé una noche inolvidable con un amante antiguo que no he podido ni querido olvidar. Los viejos lectores probablemente lo recuerden de posteos del 2009. Mi primer amante hecho y derecho. Portador de una pija con la forma perfecta para que te haga el orto y la paciencia que comprende que al culo se lo abre, de a poco, y si se lo abre bien, termina tragándose lo que le metan. El primer hombre en regalarme un orgasmo anal. El primer amante estable y completo, lleno de perversiones que compartía y comparto, exploradas juntos. Nunca les conté sobre todo lo que hice con Jack (por ejemplo, nunca escribí acerca de nuestras visitas a Anchorena SW). Porque sí, de Jack se trata.
Recién, tratando de bajar la merca, recordé un consejo que me dio Jack hace dos años, luego de la primera vez que tomé milonga y lo llamé desde la calle al borde de un ataque de nervios y paranoia. Venia caminando sin parar haría unas 20 cuadras. Me pasó a buscar en el auto y paramos a unas cuadras de mi casa. Nos quedamos adentro del coche. Siempre aprecié mucho ese gesto suyo, de disponibilidad en caso se emergencia. Me dio un tiempo y un lugar para bajar un cambio, y desahogar la culpa, la cabeza y el mambo. Cuando me dejó en la puerta de mi casa, me dijo por la ventanilla: "Ahora, café con leche y a la cama".
Cuando empecé a escribir este post, estaba calentando la leche. Ahora ya estoy en la cama.
Anoche tenía ganas de hacer algo. Me invitaron a un par de planes pero ninguno me convencía. Chatié con León, ebrio (eran las 21hs y la noche ya perfilaba derrape). Se tomó solo el vino que le rechacé el jueves cuando fui a charlar. Y entonces algo en mi cerebro se iluminó: ya sé qué me gustaría hacer esta noche! Tomar cocaína.
Hacía mucho que decidí dejar, y de hecho dejé, pero últimamente ciertos deseos volvieron a aparecer.
León tiene un poco la culpa. Me dijo, antes de ser mi entrenador, que le calentaría obligarme a tomar merca. Y a mí también me calentó.
Pero anoche no la pasé con León, sino con Jack.
Y jugamos. Ese hermoso juego que hace rato no juego con León, por mambos propios, pero diferente.
Por primera vez, estuve del otro lado de la vara.
Son las 8.30 de la mañana y aun no he dormido nada. Pasé una noche inolvidable con un amante antiguo que no he podido ni querido olvidar. Los viejos lectores probablemente lo recuerden de posteos del 2009. Mi primer amante hecho y derecho. Portador de una pija con la forma perfecta para que te haga el orto y la paciencia que comprende que al culo se lo abre, de a poco, y si se lo abre bien, termina tragándose lo que le metan. El primer hombre en regalarme un orgasmo anal. El primer amante estable y completo, lleno de perversiones que compartía y comparto, exploradas juntos. Nunca les conté sobre todo lo que hice con Jack (por ejemplo, nunca escribí acerca de nuestras visitas a Anchorena SW). Porque sí, de Jack se trata.
Recién, tratando de bajar la merca, recordé un consejo que me dio Jack hace dos años, luego de la primera vez que tomé milonga y lo llamé desde la calle al borde de un ataque de nervios y paranoia. Venia caminando sin parar haría unas 20 cuadras. Me pasó a buscar en el auto y paramos a unas cuadras de mi casa. Nos quedamos adentro del coche. Siempre aprecié mucho ese gesto suyo, de disponibilidad en caso se emergencia. Me dio un tiempo y un lugar para bajar un cambio, y desahogar la culpa, la cabeza y el mambo. Cuando me dejó en la puerta de mi casa, me dijo por la ventanilla: "Ahora, café con leche y a la cama".
Cuando empecé a escribir este post, estaba calentando la leche. Ahora ya estoy en la cama.
Anoche tenía ganas de hacer algo. Me invitaron a un par de planes pero ninguno me convencía. Chatié con León, ebrio (eran las 21hs y la noche ya perfilaba derrape). Se tomó solo el vino que le rechacé el jueves cuando fui a charlar. Y entonces algo en mi cerebro se iluminó: ya sé qué me gustaría hacer esta noche! Tomar cocaína.
Hacía mucho que decidí dejar, y de hecho dejé, pero últimamente ciertos deseos volvieron a aparecer.
León tiene un poco la culpa. Me dijo, antes de ser mi entrenador, que le calentaría obligarme a tomar merca. Y a mí también me calentó.
Pero anoche no la pasé con León, sino con Jack.
Y jugamos. Ese hermoso juego que hace rato no juego con León, por mambos propios, pero diferente.
Por primera vez, estuve del otro lado de la vara.
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martes, julio 19, 2011
Ausencia
Qué desastre.
Estoy hecha un embole de blogger porno.
No cojo.
No escribo.
Un escándalo.
Gonzalo se fue de vacaciones y mi libido desapareció. Mi roomate también estuvo de viaje, con lo que tuve el depto para mí por cinco días. Dije listo, depto solo, pseudo novio en Nueva Zelandia, me voy a cansar de tragar pija.
Pero no.
Ni ganas, che.
Estuve los primeros dos días sin (literalmente) salir del edificio. Al tercero me quedé sin puchos y tuve que ir a comprar, para volver y quedarme encerrada una vez más. Cualquiera podría catalogar este comportamiento de "depresivo", pero a mí me gusta estar en casa. Trabajo desde acá. Y necesitaba la soledad.
Cuestión que ni ganas de chonguear. Consideré comunicarme con el vikingo, o con alguno anterior, pero me la bajan. O no me la suben.
Mi deseo sexual se vio reducido a un par de pajitas por día, una al levantarme y la otra al irme a dormir. Y eso es todo.
¿Entonces, por qué habría de escribir, si no tengo nada erótico para pintarles los ojos?
Porque algo tengo que hacer. Porque se los debo.
Como habrán leído, tampoco tuve ganas de verlo a León. No sé por qué. Tampoco sé si es que mi gusto por el BDSM se agotó, o si es sólo una pausa. Ni si León me aceptaría como sumisa una vez más, después del post anterior...
Recuerdo las palabras de León: "nunca vas a poder ser monogámica"... ¿Tendrá razón? ¿Será que nunca podré volver a ser feliz con un solo hombre en mi cama?
Sin embargo, podríamos decir que estoy siendo monogámica. Y no lo estoy siendo por decisión, por sofocación de deseos externos o por culpa. Estoy siendo monogámica de hecho, aunque ningún derecho me obligue. Cuánto tiempo durará, no lo sé...
Sólo sé que desde que Gonzalo se fue, no tengo ganas de coger.
Qué desastre.
Estoy hecha un embole de blogger porno.
No cojo.
No escribo.
Un escándalo.
Gonzalo se fue de vacaciones y mi libido desapareció. Mi roomate también estuvo de viaje, con lo que tuve el depto para mí por cinco días. Dije listo, depto solo, pseudo novio en Nueva Zelandia, me voy a cansar de tragar pija.
Pero no.
Ni ganas, che.
Estuve los primeros dos días sin (literalmente) salir del edificio. Al tercero me quedé sin puchos y tuve que ir a comprar, para volver y quedarme encerrada una vez más. Cualquiera podría catalogar este comportamiento de "depresivo", pero a mí me gusta estar en casa. Trabajo desde acá. Y necesitaba la soledad.
Cuestión que ni ganas de chonguear. Consideré comunicarme con el vikingo, o con alguno anterior, pero me la bajan. O no me la suben.
Mi deseo sexual se vio reducido a un par de pajitas por día, una al levantarme y la otra al irme a dormir. Y eso es todo.
¿Entonces, por qué habría de escribir, si no tengo nada erótico para pintarles los ojos?
Porque algo tengo que hacer. Porque se los debo.
Como habrán leído, tampoco tuve ganas de verlo a León. No sé por qué. Tampoco sé si es que mi gusto por el BDSM se agotó, o si es sólo una pausa. Ni si León me aceptaría como sumisa una vez más, después del post anterior...
Recuerdo las palabras de León: "nunca vas a poder ser monogámica"... ¿Tendrá razón? ¿Será que nunca podré volver a ser feliz con un solo hombre en mi cama?
Sin embargo, podríamos decir que estoy siendo monogámica. Y no lo estoy siendo por decisión, por sofocación de deseos externos o por culpa. Estoy siendo monogámica de hecho, aunque ningún derecho me obligue. Cuánto tiempo durará, no lo sé...
Sólo sé que desde que Gonzalo se fue, no tengo ganas de coger.
Qué desastre.
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jueves, julio 14, 2011
No tengo ganas
Qué decir...
Será que lo más parecido al amor que me pasó en mucho tiempo se me fue de viaje a la punta (casi) más lejana del planeta Tierra.
Será que las relaciones no son solo de a dos. Todo vínculo incluye, de manera indirecta, los vínculos que se tiene con los otros sujetos en común.
Los hay que dicen que las personas nunca cambian, y están los convencidos de que se puede cambiar. Dejemos de lado los sujetos y concentrémonos en lo que, seguro, cambia: el vínculo. Será que nos vamos conociendo mejor, o que las reacciones químicas que componen el aire entre los dos comienzan a sentirse amargas, desganadas, anti eróticas.
Me quiere convecer de abandonar cosas que me he esforzado en atesorar. Volver a encuadrar en los fríos y pequeños márgenes de la razón al mundo y sus comportamientos. Esa educación de secundaria positivista que me lavó el cerebro durante siete años no es más bienvenida como influencia. Estoy leyendo sobre dioses, conectando con la lluvia, mambeando druidicamente y flasheando hadas en paz. Es un buen momento para mi imaginación. No necesito lógica en este momento. Ya tuve demasiada.
No conecto. No conecto más.
Y la sumisión...
...no sé.
El título.
Será que lo más parecido al amor que me pasó en mucho tiempo se me fue de viaje a la punta (casi) más lejana del planeta Tierra.
Será que las relaciones no son solo de a dos. Todo vínculo incluye, de manera indirecta, los vínculos que se tiene con los otros sujetos en común.
Los hay que dicen que las personas nunca cambian, y están los convencidos de que se puede cambiar. Dejemos de lado los sujetos y concentrémonos en lo que, seguro, cambia: el vínculo. Será que nos vamos conociendo mejor, o que las reacciones químicas que componen el aire entre los dos comienzan a sentirse amargas, desganadas, anti eróticas.
Me quiere convecer de abandonar cosas que me he esforzado en atesorar. Volver a encuadrar en los fríos y pequeños márgenes de la razón al mundo y sus comportamientos. Esa educación de secundaria positivista que me lavó el cerebro durante siete años no es más bienvenida como influencia. Estoy leyendo sobre dioses, conectando con la lluvia, mambeando druidicamente y flasheando hadas en paz. Es un buen momento para mi imaginación. No necesito lógica en este momento. Ya tuve demasiada.
No conecto. No conecto más.
Y la sumisión...
...no sé.
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León
miércoles, julio 13, 2011
La trampa
La puta me tendió una trampa.
Sí, a mí, su entrenador. Y yo caí.
Una noche en la que estaba sin planes la llamé. Por motivos personales míos que no vienen al caso, hacía como diez días que no jugábamos. Yo me daba cuenta que ella se estaba poniendo ansiosa, cual yonqui que no recibe su dosis. Pero los tiempos los marco yo.
O eso suponía.
Decía, entonces, que la llamé para ver si quería hacer algo “de civil”, ponele, ie. no para jugar. Acababa de bajarme “Lost Highway” de David Lynch en HD y, cuando me dijo que no la había visto (extraño siendo que es tan cinéfila), la invité.
Como era una cuestión de civil, me hizo esperar la muy puta. “Tengo que ver si confirmo algo y te aviso”. Yeah, right. Voy a dejarte que creas que tenés poder, para que te sometas con más paz mental. Si necesitás eso, ¿porqué negártelo?
Al rato, por supuesto, avisó que venía.
Nos compró unas empanadas en la esquina, abrí un vino, y nos fumamos unas flores. Yo había movido la televisión de mi cuarto al comedor, frente al futón, porque es más cómodo que mirar desde la cama… y para que no quedaran dudas de que hoy no iba a pasar nada entre nosotros.
Pero olvidé dos cosas:
esta puta es muy viva;
y “Lost Highway” tiene varias escenas que te paran la pija. O que me paran la pija a mí, que en definitiva es lo único que me interesa.
Terminaron las más de dos horas de la peli, que vimos con mi laptop conectada al televisor.
Cierro el reproductor de video, y queda a la vista la carpeta en la que tengo mis “Videos”. Tiene tres subcarpetas: “Series”, “Películas”… y “Porno”.
“Ah, porno”, dijo la puta con voz de inocente.
“Sí, porno”, dije non-chalantly.
Y caí en la trampa.
“¿Querés que te muestre algo del porno que veo, mis gustos?”, le pregunté, sabiendo la respuesta.
Comencé a picarle algunas cosas. Primero porno más convencional (aunque todo con sexo anal, obviamente; eso es lo “convencional” para mí); después, algunas cositas más fetiche, hasta que llegamos a un video de BDSM.
Habremos estado unos 20 minutos así: yo sentado en mi futón y ella tirada en otro sofá, perpendicular a mí, a mí izquierda. Salvo algún comentario que hacía yo, reinaba el silencio. Bueno, silencio no: los gemidos que salían de la pantalla eran perfectamente audibles.
Me di cuenta con un poco de sorpresa que se me estaba poniendo carnosa. I was getting a friendly one, diría mi viejo pal yanqui, Jake.
Comencé a frotarme la pija por encima del pantalón. Alternativamente miraba a la puta y a la pantalla. La puta, que evidentemente sabía lo que estaba pasando pero que no es nada boluda, se hacía la boluda.
Claro: armó la situación y dejó que se desarrollara de la única forma posible, porque eventualmente comencé a soltarme el cinturón y bajarme los pantalones.
Ahí sí, miró. Amagó a hacerse la sorprendida. “¿Eh?”.
“Va a pasar lo obvio”, le dije. “Ahora me vas a chupar la pija, como tenés ganas de hacer”.
Es que desde que le chupó la pija a ese amante que no es Gonzalo y me concedió públicamente que el pibe se había vuelto loco, sé que se muere de ganas de chupármela a mí y mostrarme lo que aprendió.
Y le di la oportunidad de hacerlo.
Al principio quiso subirse encima de mí, frotarse, algo así.
“No”.
“De rodillas, frente a mí”.
Como una buena puta sumisa.
Entendió rápido, siempre entiende rápido. Salvo cuando no quiere entender.
Entendió que entrábamos a la esfera del juego, aún sin cadena. Las reglas del mundo externo dejaron de correr.
Comenzó a tragarse mi pija. Nice. Ni-ce. Bastante hasta el fondo, y bastante relajadamente.
Estuvo un rato largo, eh. Tragando, esforzándose, a veces atragantándose, parando, babeándome las bolas. No me molesta para nada. Aprender a controlar el reflejo de vómito es la clave para poder chupar la pija como se debe (o sea, como yo quiero).
Estuvo un rato largo, hasta que se atragantó demasiado, justo en un momento en el que yo podría haber comenzado a encaminarme hacia el orgasmo. Pero no hay problema. Acabar no es para mí la razón fundamental de coger. Muchas, muchas veces cojo sin eyacular, lo que no quiere decir (a) que no disfrute) o (b) que no tenga orgasmos o mini-orgasmos.
Pero algo que sí me sucede cuando estoy mucho al palo sin acabar es que me dan muchas ganas de mear. Muchas. Y cuando meo, es un meo largo y muy, muy placentero. Es casi orgásmico, posta.
Sonreí para mis adentros.
“¿Así que querés tenderme trampas?”. Well, you gonna get whatcha wanted and then some mo’, b-otch.
“Seguime al baño”, le ordené.
Comenzó a caminar detrás de mí.
“De rodillas, puta”, le dije. “Seguime en cuatro patas”. Y tomé nota mental de que debo castigarla por obligarme a decirle algo tan básico como eso.
Me siguió en cuatro patas hasta mi baño.
Me paré frente al inodoro, con la pija semiturgente.
“Sostenémela mientras meo”.
La tomó desde atrás. Le ordené que se posicionara de costado. Quería que viera lo que estaba haciendo. Quería que estuviera cerca de lo que estaba haciendo.
“Tené cuidado de a dónde apuntás, si me hacés mojar afuera voy a tener que castigarte”.
Lentamente, hizo lo que le comandé. Yo no la miraba, pero podía sentir la mezcla de emociones en ella, la fascinación, la humillación. O quizá lo imagino. Diría que no.
Luego de lo que fue una de las meadas más largas y placenteras de mi vida (una meada intensa, entrecortada por su misma intensidad), la hice que me secara el glande, y tiré la cadena.
Con voz tímida preguntó: “¿Me puedo lavar las manos, Entrenador León?”.
Ese fue el momento dorado, el momento perfecto, en el que me permití pensar: “Entendió”.
Con voz magnánima le dije “Por supuesto”. Aunque también podría haberle dicho “No”. Y no creo que la puta hubiera dicho “Sakura”.
Pero cuando los sumisos se portan como deben, merecen ser recompensados. Aunque le tiendan trampas a sus entrenadores.
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viernes, julio 08, 2011
Una velada con mis lectores
Estamos en un auditorio privado. Una veintena de avatares, vestidos de gala extravagante, va atravesando los pasillos alfombrados, y ocupando los tapizados color tinto que llenan la sala. Un pequeño escenario, de piso de pinotea sin lustrar, se erige en el fondo de la sala. Las paredes, de unos cinco metros de alto, están cubiertas por cortinas largas y pesadas, de terciopelos oscuros.
La sala se llena. Las luces bajan, y el bullicio se silencia. Un rayo de luz cae sobre la pinotea del escenario.
Una sombra deja un micrófono cilíndrico y antiguo sobre un pie, y se pierde en la oscuridad. El silencio llena ese único círculo de luz que se corrige hacia arriba, sobre el telón morado. Silencio.
Una mujer sale detrás del telón. Lleva puesto un smoking negro que estiliza su figura femenina, aunque no mide más de un metro sesenta. Usa un par de anteojos de marco grueso color rosa, y un rodete a la Eva Perón.
La mujer se acerca al micrófono, y lo inclina unos veinte centímetros, dejándolo en un ángulo rectángulo y esdrújulo. Mira al público, aclarándose la garganta.
Antes que nada, muy buenas noches, y gracias a todos por haberse tomado la molestia de asistir a este íntimo encuentro.
Porteñita estará con nosotros en unos renglones, nada más. Les quito algunas letras de su atención, brevemente, para ofrecerles una introducción. Creo que me merezco al menos eso. Al fin y al cabo, yo soy la autora de Porteñita.
"OOohhh!..." susurra la audiencia, escandalizada.
Ejem. Decía, antes que nada, quisiera decir unas palabras. Porteñita se ha quedado en el tiempo, señores. No tiene Facebook. No les puede gustar el túnel de sus piernas con un solo click. No tiene Twitter. No saben qué hace el resto de su tiempo. De hecho, no tienen la menor idea de quién es, ni qué hace de su vida. Sólo saben que vive en Buenos Aires, y su edad. No tiene una foto de perfil real, se dan cuenta? Es una imagen de Google, es evidente!... Porteñita podría, incluso, ser todo un gran cuento!....
Pausa dramática. La mujer, que ha ido elevando la voz en su discurso, suspira fuertemente, y sonríe.
Y sin embargo, todos ustedes están aquí presentes, leyendo conmigo.
Muchas gracias.
La mujer, emocionada, hace una profunda reverencia. El público (ustedes, queridos lectores) aplaude algo confundido. Finalmente se levanta, vuelve a acomodar el micrófono, se da media vuelta y desaparece detrás del telón.
Los avatares se miran unos a otros, confundidos. El bullicio vuelve a subir un poco más.
Y entonces, el telón se abre. Luces azules llenan el escenario, desde atrás, enmarcando una silueta femenina que arrastra un baquito de patas largas. Lleva una larga bata de seda roja, atada a la cintura con un lazo negro.
Porteñita arrastra el banquito hasta el círculo de luz. En la otra mano lleva un vaso de whisky, lleno hasta la mitad. Acomoda el banquito, y se sienta sobre él. Queda en evidencia que no lleva nada debajo de la bata de seda, que serpentea en sus curvas y se desliza fácilmente. Toma un trago de whisky. Está descalza, y lleva las uñas pintadas de rojo. ¿O es de negro? No se puede estar seguro.
Porteñita levanta la vista al público. Los mira, uno a uno, a los ojos. Quiere ver quiénes vinieron. Es evidente que le importa. Notan algo raro. Lleva un antifaz pintado, como si dos escorpiones negros durmieran al rededor de sus ojos. Que son verdes. Confirmado.
Toma otro trago de whisky y frunce la nariz. Luego sonríe.
Qué lindo que es verlos a todos acá.
Saben, vengo pensando en ustedes. Hace un tiempo ya.
Vienen creciendo, los lectores. Todos los días llegan algunos nuevos. Incluso, tengo entendido, León ha invitado a algunos de ustedes a pasarse por el Túnel.
Porteñita escuadriña el público, con la mirada y sonríe.
Están siendo todos muy amables conmigo. Me comentan sus erecciones (deliciosas, no lo dudo), me contactan por mail. Y yo soy such a bitch. No respondo un comentario. No les doy espacio de interacción. Sólo de feedback. A veces me siento egoísta. Ojo, otras me lo paso por el coño...
Toma otro trago.
...pero últimamente me encantan.
Me encantan porque les encanto. Los caliento. Les gusta que les escriba palabras al oído, susurrando, imaginandome tan perfecta como seré para siempre en ustedes.
Me encanta porque me los cojo con las palabras. Les escribo guarangadas que ustedes recorren con los ojos mientras la pija se pone carnosa, y me encanta. Al fin y al cabo, es otra forma de coger.
Porteñita se termina el whisky y apoya el vaso en el piso. Al hacerlo, la bata se desliza hacia los costados, revelando una teta. Porteñita no se la acomoda.
Me encantan sus comentarios cachondos y su adicción a mis letras. Y siento que no les doy todo lo que se merecen.
Quiero darles algo a cambio. Algo que no estén esperando de mí. Algo más que mis anécdotas y mis letras.
Algo como mi culo. El de verdad.
La sala se llena. Las luces bajan, y el bullicio se silencia. Un rayo de luz cae sobre la pinotea del escenario.
Una sombra deja un micrófono cilíndrico y antiguo sobre un pie, y se pierde en la oscuridad. El silencio llena ese único círculo de luz que se corrige hacia arriba, sobre el telón morado. Silencio.
Una mujer sale detrás del telón. Lleva puesto un smoking negro que estiliza su figura femenina, aunque no mide más de un metro sesenta. Usa un par de anteojos de marco grueso color rosa, y un rodete a la Eva Perón.
La mujer se acerca al micrófono, y lo inclina unos veinte centímetros, dejándolo en un ángulo rectángulo y esdrújulo. Mira al público, aclarándose la garganta.
Antes que nada, muy buenas noches, y gracias a todos por haberse tomado la molestia de asistir a este íntimo encuentro.
Porteñita estará con nosotros en unos renglones, nada más. Les quito algunas letras de su atención, brevemente, para ofrecerles una introducción. Creo que me merezco al menos eso. Al fin y al cabo, yo soy la autora de Porteñita.
"OOohhh!..." susurra la audiencia, escandalizada.
Ejem. Decía, antes que nada, quisiera decir unas palabras. Porteñita se ha quedado en el tiempo, señores. No tiene Facebook. No les puede gustar el túnel de sus piernas con un solo click. No tiene Twitter. No saben qué hace el resto de su tiempo. De hecho, no tienen la menor idea de quién es, ni qué hace de su vida. Sólo saben que vive en Buenos Aires, y su edad. No tiene una foto de perfil real, se dan cuenta? Es una imagen de Google, es evidente!... Porteñita podría, incluso, ser todo un gran cuento!....
Pausa dramática. La mujer, que ha ido elevando la voz en su discurso, suspira fuertemente, y sonríe.
Y sin embargo, todos ustedes están aquí presentes, leyendo conmigo.
Muchas gracias.
La mujer, emocionada, hace una profunda reverencia. El público (ustedes, queridos lectores) aplaude algo confundido. Finalmente se levanta, vuelve a acomodar el micrófono, se da media vuelta y desaparece detrás del telón.
Los avatares se miran unos a otros, confundidos. El bullicio vuelve a subir un poco más.
Y entonces, el telón se abre. Luces azules llenan el escenario, desde atrás, enmarcando una silueta femenina que arrastra un baquito de patas largas. Lleva una larga bata de seda roja, atada a la cintura con un lazo negro.
Porteñita arrastra el banquito hasta el círculo de luz. En la otra mano lleva un vaso de whisky, lleno hasta la mitad. Acomoda el banquito, y se sienta sobre él. Queda en evidencia que no lleva nada debajo de la bata de seda, que serpentea en sus curvas y se desliza fácilmente. Toma un trago de whisky. Está descalza, y lleva las uñas pintadas de rojo. ¿O es de negro? No se puede estar seguro.
Porteñita levanta la vista al público. Los mira, uno a uno, a los ojos. Quiere ver quiénes vinieron. Es evidente que le importa. Notan algo raro. Lleva un antifaz pintado, como si dos escorpiones negros durmieran al rededor de sus ojos. Que son verdes. Confirmado.
Toma otro trago de whisky y frunce la nariz. Luego sonríe.
Qué lindo que es verlos a todos acá.
Saben, vengo pensando en ustedes. Hace un tiempo ya.
Vienen creciendo, los lectores. Todos los días llegan algunos nuevos. Incluso, tengo entendido, León ha invitado a algunos de ustedes a pasarse por el Túnel.
Porteñita escuadriña el público, con la mirada y sonríe.
Están siendo todos muy amables conmigo. Me comentan sus erecciones (deliciosas, no lo dudo), me contactan por mail. Y yo soy such a bitch. No respondo un comentario. No les doy espacio de interacción. Sólo de feedback. A veces me siento egoísta. Ojo, otras me lo paso por el coño...
Toma otro trago.
...pero últimamente me encantan.
Me encantan porque les encanto. Los caliento. Les gusta que les escriba palabras al oído, susurrando, imaginandome tan perfecta como seré para siempre en ustedes.
Me encanta porque me los cojo con las palabras. Les escribo guarangadas que ustedes recorren con los ojos mientras la pija se pone carnosa, y me encanta. Al fin y al cabo, es otra forma de coger.
Porteñita se termina el whisky y apoya el vaso en el piso. Al hacerlo, la bata se desliza hacia los costados, revelando una teta. Porteñita no se la acomoda.
Me encantan sus comentarios cachondos y su adicción a mis letras. Y siento que no les doy todo lo que se merecen.
Quiero darles algo a cambio. Algo que no estén esperando de mí. Algo más que mis anécdotas y mis letras.
Algo como mi culo. El de verdad.
Que lo disfruten.
Se lo merecen.
Se lo merecen.
Escrito por
Porteñita Secreta
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miércoles, junio 29, 2011
Adicto
Sos rara. Te derretís con mis dedos acariciando tu piel, como arena caliente y suave que te pone los poros de punta. Te dejás tocar toda, sonriendo cuando encuentro tus zonas más sensibles. Algo brilla en vos cuando estamos solos que no te ven los demás, como un glow en tus ojos de clima, verdes oscuros, de iris delineado.
Es como si nuestros cuerpos se gustaran, más allá de lo que pensamos.
¿Lo que pensamos, o lo que sentimos? Porque te extraño, pienso en vos, y me da bronca. A mi pesar te quiero. Me volví adicto a tus mimos en el cuello, tus masajes desinteresados, tu vocación por darme placer. Me enganchaste, a mi pesar. Soy un jonkie de tu piel y de la miel que brota entre tus piernas cuando nos metemos en la cama. Esa intersección mágica donde tu cuerpo se abre como una flor húmeda, calentita y acolchonada, donde enterrarme hasta el fondo es llevarme a un paraíso que no conocía hasta que te conocí.
¿Y yo?
Yo también me enganché. Te pienso y te quiero. Tu dulzura y tu amor, esa mala palabra del siglo XXI, me alimentan y me embellecen. Día a día pasamos. Tu presencia me da algo que me escasea tanto: tranquilidad. Estar con vos silencia las voces en mi cabeza, me pacifica.
Me atormenta que sospeches con razón que no sos el único en mi vida. No sé a dónde estamos yendo. No lo pienso demasiado. Pero si seguimos así, sé que hay dos cosas que van a tener que pasar.
Yo voy a tener que contarte que practico sadomasoquismo.
Y vos vas a tener que cortar con tu novia.
Es como si nuestros cuerpos se gustaran, más allá de lo que pensamos.
¿Lo que pensamos, o lo que sentimos? Porque te extraño, pienso en vos, y me da bronca. A mi pesar te quiero. Me volví adicto a tus mimos en el cuello, tus masajes desinteresados, tu vocación por darme placer. Me enganchaste, a mi pesar. Soy un jonkie de tu piel y de la miel que brota entre tus piernas cuando nos metemos en la cama. Esa intersección mágica donde tu cuerpo se abre como una flor húmeda, calentita y acolchonada, donde enterrarme hasta el fondo es llevarme a un paraíso que no conocía hasta que te conocí.
¿Y yo?
Yo también me enganché. Te pienso y te quiero. Tu dulzura y tu amor, esa mala palabra del siglo XXI, me alimentan y me embellecen. Día a día pasamos. Tu presencia me da algo que me escasea tanto: tranquilidad. Estar con vos silencia las voces en mi cabeza, me pacifica.
Me atormenta que sospeches con razón que no sos el único en mi vida. No sé a dónde estamos yendo. No lo pienso demasiado. Pero si seguimos así, sé que hay dos cosas que van a tener que pasar.
Yo voy a tener que contarte que practico sadomasoquismo.
Y vos vas a tener que cortar con tu novia.
Escrito por
Porteñita Secreta
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Gonza
lunes, junio 27, 2011
El dominante
La puta se toma su tiempo en escribir las crónicas de nuestros encuentros. Eso está bien; quiere decir que le preocupa el detalle, como debe ser con todo buen sumiso. Eso no quita que no esté presionándola para ver qué escribe hasta el día en que finalmente publica, porque ese es mi rol, el rol acordado.
¡Ah, qué ganas tenía de azotar su enorme culo! Una suma de trasgresiones al código explícito-implícito de la sumisión por parte de la puta me habían dejado en ese estado, un gran estado para comenzar una sesión de juego en la que iba a intentar llevarla a algún extremo.
Que es lo que hacemos en el BDSM: explorar el límite; ahondar en eso que nos da un poco de miedo, miedo que la gran mayoría de las veces tiene que ver con nosotros mismos, y con nuestras taras.
Buscar un nuevo territorio para la sexualidad, en otras palabras. Trascender la cajita/molde en la que nos martillan desde el día uno. Y la puta quiere trascender, claro que sí. Quiere explorar, viajar, descubrir.
No será sorpresa si describo que la sensación de poder que como dominante me da ayudarla a descubrir esos rincones de su cabeza y su culo es una de las razones por las cuales YO juego. Porque, claro, tengo mis propias razones para educar a una entusiasta del sexo y mostrarle que, por más que sepa y haya hecho, por más pijas que se haya tragado y conchas se haya comido, hay miles de universos más por los que viajar. ¿Mostrarle a una puta que cree que hizo todo que hay mucho más? Check. My pleasure? Check.
No sé los motivos personales de cada dominante para serlo. Sé cuáles me acercaron a mí al tema y cuáles me hacen quedarme. Pero el principal es el poder, sin dudas. Ejercer poder en la vida civil me resulta desagradable; por supuesto, soy una de esas personas que naturalmente gravitan a lugares de liderazgo en las que las oportunidades de ejercer poder son vastas; pero hace años que huyo de esas situaciones porque mi cuerpo ético me impide coaccionar a (o sea, ejercer poder sobre) alguien. Pero hay algún impulso en mí, algo primitivo, básico, precámbrico, que disfruta enormemente de decidir por otras personas a la vez que lo detesta.
Esa es la dualidad que yo enfrento, y de la que me rescata el BDSM. Porque el juego es un juego de poder, y de ejercer poder, pero siempre dentro de una caja bien definida que me permite someter sin que sea una falta a mis principios.
¿Y qué más poderoso que ver cómo otra persona expande su conciencia gracias a tu ayuda?
Nada.
Por eso, enseño.
Por eso, domino.
Por eso hago que la puta se trague mi pija (esa que ella siempre describe de forma muy satisfactoria, de paso). Y por eso disfruto cuando veo que entiende algunas cosas. Que va confiando en lo que entiende. Y en mí.
Al último encuentro, ella confesó, vino sin saber si tenía tantas ganas de venir. Pero vino porque el espacio que estamos compartiendo le parece importante. Imagino que, vis-à-vis lo que sucedió después, se alegra de haber venido. Ciertamente yo me alegro.
Sé que habrá muchos que, en el futuro, disfruten de lo que aprendamos con Puteñita. Sé que hay lectores de este blog que se beneficiarán en carne propia de los frutos de mi paciencia y mis golpes. Sé que hay lectoras que se animarán a intentar cosas, just for the fuck of it, porque algo vieron acá.
Tomen eso, quizá, como la justificación que les permita soportar mis largas parrafadas.
Y sepan que la próxima vez que ella se atragante con mi pija, o cuando finalmente meta toda mi mano en su culo, culazo, culón… ambos pensaremos en ustedes.
¡Ah, qué ganas tenía de azotar su enorme culo! Una suma de trasgresiones al código explícito-implícito de la sumisión por parte de la puta me habían dejado en ese estado, un gran estado para comenzar una sesión de juego en la que iba a intentar llevarla a algún extremo.
Que es lo que hacemos en el BDSM: explorar el límite; ahondar en eso que nos da un poco de miedo, miedo que la gran mayoría de las veces tiene que ver con nosotros mismos, y con nuestras taras.
Buscar un nuevo territorio para la sexualidad, en otras palabras. Trascender la cajita/molde en la que nos martillan desde el día uno. Y la puta quiere trascender, claro que sí. Quiere explorar, viajar, descubrir.
No será sorpresa si describo que la sensación de poder que como dominante me da ayudarla a descubrir esos rincones de su cabeza y su culo es una de las razones por las cuales YO juego. Porque, claro, tengo mis propias razones para educar a una entusiasta del sexo y mostrarle que, por más que sepa y haya hecho, por más pijas que se haya tragado y conchas se haya comido, hay miles de universos más por los que viajar. ¿Mostrarle a una puta que cree que hizo todo que hay mucho más? Check. My pleasure? Check.
No sé los motivos personales de cada dominante para serlo. Sé cuáles me acercaron a mí al tema y cuáles me hacen quedarme. Pero el principal es el poder, sin dudas. Ejercer poder en la vida civil me resulta desagradable; por supuesto, soy una de esas personas que naturalmente gravitan a lugares de liderazgo en las que las oportunidades de ejercer poder son vastas; pero hace años que huyo de esas situaciones porque mi cuerpo ético me impide coaccionar a (o sea, ejercer poder sobre) alguien. Pero hay algún impulso en mí, algo primitivo, básico, precámbrico, que disfruta enormemente de decidir por otras personas a la vez que lo detesta.
Esa es la dualidad que yo enfrento, y de la que me rescata el BDSM. Porque el juego es un juego de poder, y de ejercer poder, pero siempre dentro de una caja bien definida que me permite someter sin que sea una falta a mis principios.
¿Y qué más poderoso que ver cómo otra persona expande su conciencia gracias a tu ayuda?
Nada.
Por eso, enseño.
Por eso, domino.
Por eso hago que la puta se trague mi pija (esa que ella siempre describe de forma muy satisfactoria, de paso). Y por eso disfruto cuando veo que entiende algunas cosas. Que va confiando en lo que entiende. Y en mí.
Al último encuentro, ella confesó, vino sin saber si tenía tantas ganas de venir. Pero vino porque el espacio que estamos compartiendo le parece importante. Imagino que, vis-à-vis lo que sucedió después, se alegra de haber venido. Ciertamente yo me alegro.
Sé que habrá muchos que, en el futuro, disfruten de lo que aprendamos con Puteñita. Sé que hay lectores de este blog que se beneficiarán en carne propia de los frutos de mi paciencia y mis golpes. Sé que hay lectoras que se animarán a intentar cosas, just for the fuck of it, porque algo vieron acá.
Tomen eso, quizá, como la justificación que les permita soportar mis largas parrafadas.
Y sepan que la próxima vez que ella se atragante con mi pija, o cuando finalmente meta toda mi mano en su culo, culazo, culón… ambos pensaremos en ustedes.
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Porteñita Secreta
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